A sus diez anos, huía de los juegos con que se entretenían sus amigas y solo le gustaba leer ; sentada en un rincón cerca de la ventana de su cuarto, abandonaba todas las otras actividades y permanecía largas horas meditando ; !algunas veces la encontraban llorando! . Por qué lloraba Mapy?. No le faltaba nada, sus padres eran muy tiernos con ella, le daban juguetes, dulces y todo cuanto deseaba. Era la nina consentida de todos.
Los propios padres andaban intrigados con su tristeza y no sabían lo que debían hacer para distraerla.
La llevaban al cine y a todas las diversiones para ninos, pero Mapy seguía melancólica y no explicaba a nadie la causa de su tristeza.
Una noche sucedió una verdadera calamidad, una fuerte tempestad y un terremoto asolaron aquella aldea, destruyendo casas, exterminando rebanos, ocasionando inmensos danos y causando gran dolor a la nina que al oír los tristes lamentos de las víctimas, pensó que se estaba confirmando el presentimiento que motivaba la meditación que la entrestecía y entonces, salió de la casa corriendo hacia el lugar del siniestro.
Para mi queridísima Mapy en su 80 cumpleaños, con mucho cariño. Quique
Pérez
LIMPIABOTAS EN CARTAGENA
Estábamos viviendo en Ciudad de
Panamá y decidimos pasar unos días de vacaciones en Cartagena de Indias donde
vivía mi hermana Lucy, en el edificio Cristóforo Colombo en El Laguito. Nos
pusimos de acuerdo con mis hermanas y hermanos y, cada grupo familiar, alquiló
por una semana un apartamento en el mismo edificio C. Colombo (señalado con una
flecha azul).
Acordamos que, cada día, uno de los
apartamentos se encargaría de organizar las comidas de los otros. Lo pasamos
muy bien yendo a la playa pero me empecé a aburrir así que tuve una idea: me
haría pasar por lo que no era para ver la reacción de la gente.
Ya en Madrid (España) había querido
hacer algo así, hacerme pasar por lustra botas en una placita de Arguelles pero
no pude hacerlo; ni corto ni perezoso, le pedí a mi sobrino Jorge Alan, que me
acompañara y, en el taxi, le expliqué la idea: quería alquilar los elementos
necesarios para parecer un lustra botas y, el sitio ideal, sería en la Plaza de
Bolívar.
Cuando llegamos allí observé a los
varios lustra botas que había y me dirigí a un chaval jóven y le pregunté
cuánto ganaba al día lustrando calzado y me costestó dándome una cifra, que
ahora no recuerdo. Le hice una proposición: él me dejaría sus implementos y yo
le pagaría el doble de lo que él ganaba cada día. Se puso contento y quedamos
que, al otro día, temprano, a las 07:00 horas iría a la Plaza de Bolívar para
empezar mi trabajo.
Así lo hicimos. Le pedí a Jorge Alan
que se situara en los alrededores y estuviera al tanto por si había algún
problema y además para tomar fotos de las reacciones de mis clientes.
A unos pocos metros se encontraba el
edificio de la Gobernación. Muy pronto
se acercó un señor, bien vestido y con un periódico en la mano y me pidió que
le limpiara el calzado.
Lustra botas en otro sitio de Cartagena de Indias
En esa época trabajaba para una
empresa norteamericana y estaba muy al corriente de los cambios de las
diferentes monedas de Hispanomérica, Estados Unidos y Europa.
Pronto me dí cuenta que mi cliente
leía una página del periódico que trataba sobre temas de economía;
Con mi equipo de trabajo “Pura
sangre”
Anécdota 1
Y
empecé a comentarle cosas sobre los cambios de monedas y la fuga de capitales
en países como Colombia, Panamá, Brasil y otros. El hombre dejó de leer el
periódico y me hizo muchas preguntas y, entre ellas, la razón por la cual
trabajaba limpiando calzado, teniendo conocimientos tan amplios; para colmo, le hablé en francés, en inglés,
en italiano y en portugués y el hombre no daba crédito. Finalmente le expliqué
que lo hacía, simplemente, para ver las reacciones de la gente. Me pagó, me dio
la mano y se fue.
Hice
otro tanto con algunos clientes más y decidí irme a la zona moderna, donde vive
mi familia. No sobra decir que mi presencia era la de un vagabundo. Olvidaba
decir que me propuse comer únicamente con el dinero que ganara con mi nueva
profesión.
Anécdota 2 Cuando llegué al barrio de
Bocagrande me instalé en un área muy transitada y a la sombra de un gran árbol
de ficus. A los pocos minutos se acercó un policía y me pidió la documentación
para trabajar de lustra botas y le respondí que no tenía. Me amenazó con detenerme
a menos que le “colaborara” con un 10% de lo que ganara y que no intentara
engañarle porque me iría muy mal. Acepté pero tomé buena nota de la cara y
nombre del policía.
Anécdota 3 Fui conociendo a otros lustra
botas así como a vendedores ambulantes que, al principio, les caí mal hasta que
le confesé a uno de ellos que estaba trabajando allí porque huía de una
fechoría muy grave que había hecho en el interior del país. A partir de ese
momento todos fueron sonrisas y palabras de apoyo hacia mí.
Anécdota
4 Una mañana, que había llovido,
no logré ganar suficiente para comer y uno de los vendedores ambulantes (en la
foto junto a mí) se me acercó y me preguntó, a ´eso de las 13 horas, si había
comido y le contesté que no; un rato después me entregó un banano y un trozo de
pescado frito para que comiera.
Anécdota 5
Ese mismo día estaba muy cansado y pensé volver, de una forma
disimulada, al Cristóforo Colombo para descansar y, cuando pasaba frente a una
tienda muy lujosa de esmeraldas, el dueño me llamó y me preguntó cuánto cobraba
por limpiarle sus zapatos; le contesté que 10 pesos y aceptó; me hizo entrar en
su tienda, con aire acondicionado, y fue muy exigente respecto a mi trabajo; me
sentí un poco humillado y, cuando terminé y tendí la mano para recibir los 10
pesos, me entregó sólo 5.
“Señor,
le dije, acordamos que eran 10 pesos” y me dijo que aceptara los 5 y me fuera
rápidamente o llamaría a la policía para que me detuvieran.
Hubo
varias anécdotas más pero no deseo alargar más este capítulo.
Cómo terminó todo?
El
día de Navidad, cuando estaba oscureciendo, pedí a un familiar que me prestara
su elegante y caro coche y fui a buscar al chico que me había regalado el
banano y el trozo de pescado así como a otros dos que también habían tenido
algún detalle amable conmigo. Cuando les pedí que subieran al coche, yo iba
bien vestido, dudaron en hacerlo y uno me preguntó si había robado el coche.
Les contesté que no e insistí en que subieran. Los llevé al lado de la piscina
de nuestro edificio donde mi familia estaba haciendo un asado. Les conté la
verdad y les invité a cenar con nosotros y les obsequié con algunos pequeños
regalos.
Al
día siguiente, nuevamente bien vestido, y conduciendo aquel fastuoso coche, me
acerqué a ver al policía y también a la tienda de esmeraldas; me identifiqué,
porque no creían que fuera el mismo y les hice ver que habían abusado, de su
autoridad el primero y de su posición económica el segundo. Creo que sintieron
algo de vergüenza!
-6-
¿Conoces alguna casa, oficina,
consultorio o recinto humano donde no veas alguna fotografía? ¿Ningún
portarretrato por ahí? ¿Ningún cuadro con la imagen de alguien allí desde lo
alto o en un rincón, o sobre una consola,
sonriendo o “posando”, soberbio, trascendental, serio, elegante o
enigmático? ¡Esta fue la razón que Bernardina
dio a su madre cuando le comunicó que había decidido claudicar de su
carrera de Psicóloga para dedicarse a ser Fotógrafa! La señora, ya entrada en
años, viuda, enferma y limitada, con su
única hija a cargo, quedó desconcertada.
Aquella noche no pudo dormir. Bernardina ya casi iba a terminar sus estudios
universitarios, estaba ad portas de su grado, sólo le faltaba la tesis, contaba 24 años y de alguna manera ya era
hora de que encaminara sus pasos hacia algo productivo. Insomne, esta
angustiada madre quien veía derrumbarse las expectativas de graduación de su
hija, caviló por largas horas en las que vio desfilar en sus recuerdos las
casas de sus familiares pobladas de retratos. Las casas de sus amistades de
igual forma. Los consultorios que frecuentaba, las oficinas y colegios; las
universidades, los centros comerciales, buses, almacenes … absolutamente todos
los recintos conocidos estaban poblados de retratos, bien fuera de personas,
animales, paisajes, estructuras; todos los aposentos del conglomerado humano
allí en su ciudad, en su país, en China, India, Cafarnaúm o Beirut, donde
fuera, todos tenían retratos.
Desde luego que su hija tenía razón. Pareciera
que la fotografía imperaba como una
inconmensurable potencia gráfica en el mundo actual. Sólo recordó dos hechos
aislados, uno, el de una familia conocida, pobres ellos, con residencia en el
campo, a donde nunca llegó la oportunidad de fotografiar a la madre, hecho que
los avergonzaba secretamente y los apesadumbraba enormemente en el mundo de sus
afectos. A la larga, se dijo a sí misma – Es que la imagen de la madre captada
en una foto parece representar para todos nosotros los humanos una invaluable
posesión. Es quizás, algo así como estar
conectados a ese hilo dorado que nos conduce al pasado y en el caso de la
madre, nos une a ella, a su misma existencia, reafirmando en nosotros identidad, raigambre. Siguió en sus
cavilaciones y recordó el otro caso, era el de su cuñada. La mayor
de los hermanos, quien evitaba ser fotografiada; siempre se excusaba de
que algo tenía que hacer, se agachaba a consentir al perro, justo en el momento del click de la cámara,
cargaba al bebé para ocultarse, se hacía bien atrás del grupo; o, ya sin
recursos elusivos, afirmaba abiertamente- “No me gusta que me tomen
fotos”. Algo la apartaba de verse en
retratos y alguna vez comentó el hecho
de haber sido su madre la fiel representante de la belleza femenina,
extraordinariamente admirada y recordada por dicha fortuna, pues como decían
los abuelos, la belleza es el regalo excelso de los dioses; y ella, única mujer entre cinco hermanos, era
fea, según su propia convicción. Pero todos los demás casos respaldaban con
creces el gusto por la fotografía. Ser fotógrafa podría ser un maravilloso
campo de acción para su hija, todo el mundo pagaba por ser retratado; no
conocía a nadie, a nadie más, excepto a su cuñada, a quien no le encantara verse retratado. ¿Sería
que así nosotros los humanos conquistábamos por ese medio la ansiada eternidad?
En su caso específico conservaba fotos de todo el acontecer de su vida. Desde
sus bisabuelos, la boda de sus padres, su madre quinceañera, su propia boda, su
hija de bebé, de escolar. Hasta sus muertos. Era usual en algunas partes tomar
fotografías a los muertos; ella misma tenía las de su madre en el ataúd. ¿Qué
hubiéramos hecho nosotros los humanos sin este recurso maravilloso? Sería
demasiado efímero nuestro paso por la vida. Hasta los reyes y emperadores en la
antigüedad a falta de cámaras fotográficas habían recurrido primero a la
escultura y luego a la pintura para perpetuar su imagen. Por medio del
arte se había conquistado la
permanencia, se prolongaba el tiempo, se conectaba el pasado con el
presente y el futuro. Y hoy en día, se dijo a sí misma ya algo exaltada, las
fotos nos brindan esa otra realidad que es la propia en la que nos podemos
deleitar contemplándonos a nosotros mismos y a los otros, como capturando al
ser, apropiándonos de la imagen. ¡Realmente Bernardina ha dado en el clavo! Sin
fotografías otro sería el transcurrir del hombre sobre la tierra. Un gran vacío
lo cubriría. En una cápsula de viento quedaría envuelto el mundo. Siguiendo el curso de sus pensamientos llegó
a advertir que incluso en el trajín burocrático siempre se exigían fotografías
de las personas para todo: Tarjetas de Identidad, Cédulas de ciudadanía,
licencias de conducción, pasaportes, hojas de vida para acceder a un trabajo…
todo… absolutamente todo el devenir humano estaba referido a capturar la imagen
de las personas y estamparlo en sus documentos a modo de identificación. Era
indispensable en el mundo moderno dicha
ejecución: ¡FOTOGRAFIARSE! Luego
la asaltaron algunas dudas:
- En los tiempos que corren se cuenta con elementos
muy sofisticados para tales efectos,
cada persona lleva en su teléfono móvil, incorporado, cámaras estupendas
con las cuales sin necesidad de pagar a expertos en la materia logran capturar
momentos decisivos de sus vidas, de sus viajes, fiestas y celebraciones;
exhibiendo dichos momentos en las llamadas “redes sociales” y muchos otros
medios virtuales e impresos. Ya poco se contratan fotógrafos, pensamiento que
ensombreció su mente por unos instantes,
para seguidamente contestar a sus prevenciones: Nooo, hay todo un amplísimo campo de exigencias en
las que es requisito indispensable acudir a servicios especializados, dado que
los requerimientos son taxativos. Lo mismo ocurre con numerosos eventos en los
que es indispensable contratar fotógrafos. Esta conclusión revestida de
absoluta certeza tranquilizó su ánimo y
en aquella noche en blanco para el dormir, pero atropellada en imágenes para la
vigilia, abrigó muy atractivos proyectos, incluso los más importantes para ella en este
momento, las buenas posibilidades económicas, lo cual le permitió conciliar un
sueño plácido y reparador, justo al
despuntar la alborada del nuevo
día. Despertó a media mañana, su hija ya no estaba en casa; hubiera querido
comunicarle su entusiasmo acerca de la
profesión de Fotógrafa. ¡Ahora ésta
aparecía ante sus ojos como muy acertada
y prometedora de futuros éxitos monetarios!
La muchacha ya
estaba en el centro de la ciudad husmeando sitios especializados en la
materia. Visitó algunos de renombre en los que se hacían los llamados “estudios
fotográficos” y otros en los que en cualquier rincón de un local de cafetería o
librería, había un puestecillo con cámaras y telones de fondo para ejecutar
fotos de trámites burocráticos. La
dejaron observar en unos y en otros pues se presentó como estudiante de
fotografía que estaba realizando su tesis de grado cuyo título llevaba el siguiente enunciado:
“Fotografía: ¿Arte u oficio?” Treta que ante ellos apareció como del todo
atractiva. Fue como una lanza certera que dio en el centro de sus ansias
reivindicatorias, justo en su lastimada auto estima, en el inconfesado ideal de cada fotógrafo, muchas
veces vilipendiado, por lo que de inmediato le abrieron las puertas a la ingeniosa muchacha, en quien
vieron el elemento propicio para colocar en su debido lugar su profesión. Arte, así, Arte con mayúsculas,
pensaron. La asiduidad y recato, la disciplina y sensatez de Bernardina fueron
propicios para que le ofrecieran trabajo de asistente en un renombrado sitio a
donde iban personajes de toda laya, pero especialmente adinerados, a posar para
ser retratados, pagando para ello sumas considerables. Al principio fungió casi
que de limpia cámaras, luego, poco a poco fue ascendiendo a luminotécnica. El
fotógrafo, hombre sesentón y con una connotada experiencia llegó a apreciarla,
pues contaba la muchacha con todas las virtudes requeridas para tales efectos,
a juicio de buen cubero: Bonita, agradable, muy observadora, callada, discreta,
intuitiva y con un finísimo sentido estético para lograr certeros ángulos.
Tenía gran éxito el fotógrafo. No había día de la semana en el que no ingresara
a su estudio algún adinerado cliente. Era algo que brindaba a su prestigio un
piso económico bastante sólido y a su ego satisfacción maravillosa. Sin embargo,
la fiel y muy dedicada luminotécnica, principió a notar en dicho ejercicio algo
que no le parecía correcto ni ajustado a
la realidad. El fotógrafo “retocaba” los retratos de tal suerte que deformaba
la fidelidad del acto mismo al captar la imagen de las personas. Si la esposa
del potentado tenía en su rostro unas ostensibles manchas, éstas eran borradas
en su totalidad. Si el señor estaba muy
arrugado, desaparecían por arte de magia las arrugas en el laboratorio del
fotógrafo; al barrigón se le disimulaba su barriga y a la dama de enorme nariz
se le perfilaba de algún modo dicho rasgo, lo mismo que al de la verruga en la
frente, al calvo y al orejón.
La vanidad de los seres humanos principió a
inquietarle en forma bastante
enigmática. Su sentido ético y estético
no comulgaba con aquella práctica y un buen día, en el que sorpresivamente no
hubo clientes, el tema afloró en forma natural entre ella y el afamado
fotógrafo profesional. Este concedió mucho valor a las observaciones de la
joven ya que era algo que él venía manejando por más de 30 años y dio rienda
suelta a toda su experiencia en relación con tan hondo sentido que tenía la
vanidad en las personas. Como decía Bernardina no era del todo correcto
deformar las imágenes, no era profesionalmente ético alterar la realidad. ¿Por
qué se prodigaba él para tal práctica? El fotógrafo calló. Después de unos
minutos de silencio y dadas las condiciones humanas de la muchacha le dijo:
-Mañana viene un político de renombre, quien va a lanzarse como candidato en
las próximas elecciones presidenciales. Vamos a ejecutar el trabajo ceñidos a
la realidad como tú planteas, con las exigencias que requieres. Fue un
ejercicio de varias horas, varias tomas, ángulos diferentes, fondos adecuados,
luces, sombras, cambio de corbata, de camisa, de peinado. Vinieron
maquilladoras expertas que el individuo trajo exigiéndole al fotógrafo que sólo
ellas lo arreglarían; en fin toda una faena de alto turmequé. El fotógrafo
reveló las placas tal cual salían, no hubo retoque alguno ni corrección a los
rasgos e imperfecciones del modelo. Las exigencias eran de prontitud en los
resultados. Así se hizo. Al día siguiente ya estaba listo el trabajo. Una larga
hilera de fotos en las que aparecía el candidato de perfil, de frente, de pie,
sentado, etc.etc. Llegó el personaje con su comitiva, arrogante, seguro,
impetuoso. Al ver las fotografías montó en cólera. –Ése no soy yo, exclamó
enrojecido y tembloroso a punto de estallar. Parezco con 10 años más y 20 kilos
de grasa. ¿Qué le pasa a usted? ¿Acaso es una burla? ¡Exijo que me devuelva mi
dinero! Tomó la hilera de cartón en la que aparecía su figura tal cual era y
sin más ni más ante el asombro de la muchacha y la risa contenida en el gesto
sardónico del fotógrafo, destrozó todas las muestras. Su comitiva lo secundaba
a modo de áulicos que venden sus criterios por la paga, saliendo todos en fila.
¡Huyendo de la realidad! Desconcertante,
pensó Bernardina, absolutamente desconcertante. Mejor estudio Leyes como mi
papá, se dijo a sí misma. ¿Tanto nos cuesta aceptar la realidad con respecto a
nuestra propia imagen corporal? ¿Vivimos de espaldas a la objetividad? O es que dentro de nosotros mismos grabamos
otras realidades. Por lo visto no hay correspondencia entre las imágenes
externas y las internas. ¿Qué pasa en
ese complejo y fino mecanismo por medio del cual vamos entretejiendo nuestras
representaciones mentales de cómo
es nuestra figura, auto regulando la información que recibimos por diversos
medios? ¿Por qué existe tanta distorsión entre lo que creemos de nosotros
mismos y lo que retrata el lente fotográfico? Todas estas preguntas se
dispararon en su mente en forma casi
visual. Luego pensó que esto ocurría solamente con el
personaje político que tal vez requería
proyectar ante el público una imagen
distinta a su propia realidad de viejo obeso, engreído y deteriorado.
Pero no, siguió ocurriendo con muchos de los fotografiados, por no decir que
con todos; lo cual motivaba al Fotógrafo
a exclamar inmediatamente después de la
reacción de evidente desagrado, unas veces callado pero reflejado en la
contracción de sus rostros y otras
expresado verbalmente, que sólo era un muestrario sin retoques, que luego ya
procedería a arreglar las imperfecciones de la “lente”. Pensó Bernardina al unísono
– de la lente del yo del interesado- Bueno, el caso fue que ella dio la razón
al profesional de sus retoques pues así satisfacía las fantasías de cada cual,
sus propias urgencias ególatras, su autoestima
y el fotógrafo seguía ganando sus buenos pesos y acrecentando su
prestigio. Sin embargo Bernardina ya no quería seguir allí. Ahora decidió
ir a uno de aquellos puestos en los que se hacían retratos para documentos y las
personas posaban según las exigencias de cada estamento. Sin retoques. Sin enmiendas
de defectos físicos. Así, tal cual. Incluso mostrando orejas, frente, etc. Pasó
allí varias semanas al cabo de las cuales también observó que las personas al
recibir los trabajos reaccionaban de diversas formas, con risas, con
descalificaciones o justificaciones, con
resguardo en mostrar las fotos a sus acompañantes e incluso llegando a
esconderlas rápidamente. De tal manera que Bernardina ratificaba el esbozo de
teoría que había iniciado en su anterior experiencia llegando a una conclusión
certera: cada cual tiene de sí mismo una representación mental que no se ajusta
a la realidad objetiva. Esto motivó el que emprendiera su tarea de fotógrafa en
otros ámbitos.
Un condiscípulo de su finado padre era el
propietario del periódico más importante
de su ciudad. Acudió allí con cámara propia en mano, muy fina por cierto,
propiedad de la familia en otrora época adinerada. Fue recibida con beneplácito
por el prestigioso director del periódico, dueño y gerente, quien de inmediato
la contrató para cubrir una vacante que requería inmediato protagonismo. Bernardina se sintió
abrumada por tan expedito procedimiento y sin ambages asumió de inmediato su
nuevo empleo que consistía en registrar actos de la llamada página social.
Asistía a cocteles de la farándula de la ciudad, conciertos, fiestas patrias de
las diferentes embajadas, inauguraciones de bancos, de centros comerciales, de
clubes; en fin a todos aquellos eventos
que marcaban hitos de importancia en la ciudad y a los que las gentes de
distintas esferas políticas, sociales, bursátiles, y artísticas eran muy
aficionadas. Se lucía Bernardina con sus fotografías. Todos los días salían
impresas a todo color en una página especial del periódico y ella recibía
buenos comentarios de su Jefe. Nunca se enteraba de la reacción de los
fotografiados, suponía que para ellos el sólo hecho de aparecer en la página
social, ya era factor de prestigio, de alegría, de un aire de figuración según
algunos comentarios; lo que daba buen piso a las ejecutorias de cada cual que allí
resplandecía de alegría. Pasados algunos meses se encontraba nuestra fotógrafa
como vacía; tan baladí era su oficio. Qué liviandad. Qué vacuidad, se repetía
en las noches al llegar a su hogar. La nostalgia invadió su ser ¿Esto era todo? Así que presentó su renuncia,
muy en contra de la opinión de su madre, ya que los ingresos eran bastante
buenos y aunque ella era consciente de que eran indispensables para sufragar
todos los requerimientos en su hogar, no resistía el vacío interior que su
trabajo le producía. Tanta vanidad, se volvió a repetir. En aquel medio todos
asistían con sus mejores galas, derrochaban sonrisas, se acicalaban para las
tomas, se notaba en algunos que de antemano tenían estudiados sus mejores
ángulos, se enderezaban los jorobados, se ponían de perfil las damas obesas,
algunos evitaban esbozar sonrisas a fuerza de esconder sus arrugas y todos sin
excepción “posaban” sin permitirle a ella tomar ángulos imprevistos, naturales,
espontáneos, ya que cuando la veían lista a disparar el flash de inmediato se alineaban
en grupos con ésas sus sonrisas estudiadas y su júbilo postizo.
El director del periódico, quien conocía la
situación de la familia, y tenía en alta estima el talento de la joven, le
ofreció otras opciones explicándole que en ellas se requería que
viajara constantemente e incluso que en muchos casos correría ciertos riesgos y
peligros. ¡La propuso como reportera
gráfica cubriendo catástrofes! Esto agradó a Bernardina quien era persona
versátil, abierta a retos y el contacto con la realidad del país ejercía sobre
su ánimo especial atractivo. Su madre no estuvo de acuerdo, encontraba en su
hija un espíritu a veces contradictorio
e insatisfecho siempre; pero la dejaba
en completa libertad para sus desempeños. Se repetía a sí misma que ya
tenía edad suficiente para ello. Reconocía en su manera de ser algo del
temperamento de su padre; autocríticos,
incisivos, escrutadores, ávidos de conocimientos. A la larga confiaba en su criterio y en su recia personalidad.
Bernardina estuvo encantada en su acción. Retrataba a las personas en
calamidades extremas. Inundaciones, incendios, deslizamientos de tierra,
sequías, caída de puentes, accidentes de tránsito, naufragios; en fin,
registraba su lente los dramas humanos y el hecho de retratar a los
desventurados que caían en desgracia parecía darle valía a su desempeño: La
señora ensangrentada que era salvada del abismo donde se había rodado el bus
público. La familia de indigentes cuya choza había sido anegada por la
creciente del rio, pobres, harapientos con sus rostros marcados por la
fatalidad. El niño quemado sacado por la ventana de la fábrica en llamas, quien
no soltaba a su perrito chamuscado, gritando, llorando no por su dolor físico
sino por ese inconsolable dolor moral que le producía ver a su mascota en tal
estado. El padre de familia abrazado a su hija muerta, atropellada por el
camión. El anciano a quien un automóvil de alta envergadura había irrumpido en
su humilde vivienda tumbando la pared e invadiendo su propia habitación. En fin
ella era la fotógrafa de la desgracia, del sufrimiento humano. Viajaba presurosa a lugares en donde
ocurrían estos fatídicos hechos cámara en mano y capturaba con su lente certero
todo el sufrimiento, todos los rostros de la desventura. En este transcurrir,
inserta en las tragedias, una y otra vez
caía en reflexiones que laceraban su
sensibilidad.
Esto no es ético, se respondió un buen día. Es
abusar del otro en su dolor, llegando incluso a utilizar la miseria como objeto de morbosa exhibición. La tragedia humana como
espectáculo, pensó. Estaba en un pueblo en el que, a raíz de un deslizamiento de tierras en la
montaña por lluvias torrentosas, todo un populoso barrio había sido arrasado.
Ella había acudido veloz con su cámara en mano y al retratar a una mujer
semidesnuda cubierta de barro, entró en shock y se avergonzó de sí misma y se
sintió más miserable que la mujer objeto de su lente fotográfica. Se sintió
cubierta por el lodo del repudio a su oficio y se despreció a sí misma. Hasta
ahí llegó su ejercicio de fotógrafa reportera gráfica de desgracias. Esto no
era lo suyo, se repitió de nuevo. Qué vergüenza experimentaba en su interior.
Asco sintió de sí misma. Desde el otro ángulo, sus fotografías tenían un gran
impacto en el periódico. Eran exaltadas en las publicaciones y muy alabadas.
Muy sobresaliente labor está realizando esta joven fotógrafa, pensaban todos.
¡Qué gran trabajo! principiaron a decir.
En los corrillos de periodistas su nombre era respetado y tenido en alta
estima. Vanidad de vanidades, se volvió a repetir ella. Qué asco. No salía de
su asombro. Era la autora de todo ese
registro gráfico de dolor, calamidad y muerte. Horror. Sus sentimientos se
desarrollaban completamente
contrapuestos al ámbito externo
en el que cautivaba al público su trabajo, al punto de obtener premios
internacionales de los cuales ella de
ningún modo gozaba; incluso, los repudiaba.
Estaba sumida en ese marasmo de noticias y de emociones internas. En ese
torbellino de insucesos del país y de su alma atormentada; en ese estallido de
acontecimientos del mundo externo que reverberaban y estrujaban su sombrío
mundo interior. Era un rodar vertiginoso
de hechos dolorosos tanto afuera en el ambiente, como dentro de su ser, en sus
esferas afectivas. Se sentía atrapada
en ese torbellino de la vida de
la ciudad, del país, de la sociedad y ante todo, asfixiada en un oscuro
laberinto de sentimientos contradictorios de claudicación, culpa y
desesperanza. Estaba del todo confundida y angustiada, sin rumbo profesional.
El propietario del periódico sabía del
acontecer emocional de la muchacha, seguía el curso de su exitoso trabajo con
orgullo por su talento y afecto también, dada la estrecha amistad con su padre
en el pasado, Jurista de renombre e intelectual connotado. Pensó que Bernardina
requería un sitio de trabajo que le proporcionara alguna tranquilidad y
descanso y la envió a la Sierra Nevada,
pues allí se estaba gestando un delicado
conflicto a raíz de la explotación minera por parte de una compañía extranjera
y los raizales aborígenes de la región, quienes se habían alzado en protesta
defendiendo “la madre tierra”. De inmediato tan noble causa animó a Bernardina
y la misión tan atractiva a desplegar motivó de nuevo en ella la posibilidad de
poner en primer plano razones tan de peso por parte de los indígenas, lo cual
daba honda valía a su actividad fotográfica. Ella alguna vez había pensado estudiar Antropología. ¿Sería éste su destino? La acomodaron en una maloca abrigada por la
naturaleza casi virgen, del todo exuberante y pródiga en efluvios vivificantes.
El silencio reinante brindó a su espíritu un espacio desconocido de serenidad.
Aquella noche, concitando los recuerdos de la infancia feliz, exaltados por
el croar de las ranas y los
misteriosos y cálidos murmullos
de bosques y quebradas que
entonaban melodías inmemoriales; al ritmo acompasado del vaivén de su hamaca,
completamente acunada en la placidez y suspendida en el aire, viajó por
luminosos espacios casi sobrenaturales
luego de haber sido invitada a participar en el ritual sagrado de la comida, todos sentados en el suelo
alrededor del gran fogón, iluminados por una enorme luna, en cálida
participación de grupo y en total
sintonía con aquella armónica naturaleza. Al despertar muy de mañana no
encontró al grupo organizado en protesta, se habían ido a la capital a
presentar al presidente del país su arenga de razones respaldadas por el
conocimiento de la tierra en su permanente comunión con ella, en la que el
peligro y la agresión conllevaban destrucción y muerte al comprometer la salud
de los ríos que las potencias extranjeras venían a contaminar e incluso a desviar de sus cauces. Bernardina
no se impacientó, pensó que su reportaje
gráfico lo iba a canalizar en las fotos de los ríos, las montañas y los puntos
álgidos que defendían los indígenas y eran atracción de las potencias mineras.
Encontró a las mujeres tan hermosas en medio del verdor del paisaje con sus pies descalzos en contacto directo
con la tierra y a los niños tan alegres
y seguros confundidos con el rumor del
viento que, de inmediato sacó su
cámara para retratarlos pero, cuál sería
su sorpresa cuando se negaron a ello. Es más, mostraron desconcierto y hasta
estupor, las mujeres se taparon sus rostros, los ancianos levantaron sus
bordones y los niños salieron corriendo
para evitar ser enfocados por su lente. ¡Jamás había sido rechazada! Ella,
quien tenía la firme convicción de que a todo ser humano le encantaba que lo
fotografiaran, se vio de pronto ante una realidad totalmente ajena a sus
parámetros mentales. No volvió a sacar su cámara ante ellos. Solamente quería
observar. Departir, integrarse a su vida
tan natural, tan libre y sosegada, ceñida
al respeto por su entorno, en donde
ancianos, mujeres y niños se mostraban
dulces y amigables al unísono con el canto de las fuentes y el trino de las aves
en perfecta compenetración con
aquellos idílicos parajes.
Pasó varios días inmensamente plácidos con
baño incorporado en aquel rio amenazado,
aún transparente y saludable. Sin
embargo, al cabo de la semana, la asaltaron de nuevo sus cuestionamientos: ¿Por
qué éstos aborígenes rechazaban las fotografías? ¿Qué pasaba con el concepto que podrían tener de verse retratados que los
llevaba a tal repudio, tan sorpresivo y distinto a la fruición y al apego
que tenemos en nuestros grupos
citadinos en el que se ejerce la fotografía como cosa cotidiana alimentando en forma
altamente placentera la vanidad, la autoestima, la alegría misma del existir?
¿Era cuestión religiosa? ¿Filosófica? ¿Sociológica? ¿Intelectual? ¡O netamente
psicológica! Revisó una y otra vez
hechos contundentes en los que veía a
los humanos en general, muy
aficionados a ser fotografiados; a deleitarse en la contemplación de álbumes
antiguos. A revisar con gran fruición,
una y otra vez, registros en los
que aparecían ellos mismos u otros
seres, especialmente familiares y
amigos. Todas las personas mostraban sus fotos. Las de sus hijos. Sus mascotas. Sus fincas. Sus fiestas. Y qué
decir de los enamorados; capítulo aparte, pensó la joven muchacha quien
guardaba celosamente la foto de su primer amor colegial. El retrato del amado.
¡Oh maravilla sin par! Hasta besos se le da a esa imagen, se dijo a sí misma
presa de sentimientos de jocosa picardía;
o agresiones se le causa, dependiendo de los acontecimientos. Se rompen
o se queman las fotos del amado cuando se cancela con rabia, dolor y
frustración la relación. Se sienten
celos del retrato de algún amor ya inexistente que el marido conserva aún.
Recordó en ése momento lo relatado por
su madre quien hubo de romper las fotos de todos sus novios de juventud
al casarse, lo cual la llevó a concluir: - Con la posesión de las
fotografías se crean otras realidades: mundos paralelos que nos permiten vivir
dimensiones emocionales jamás soñadas.
No importa la lejanía geográfica, la foto acorta las distancias; no
importa la muerte, la foto arrebata la marca horrenda de la no existencia. ¡La
foto crea presencias! se dijo a sí misma
ya en voz alta, algo exaltada : -las
fotografías desdibujan la línea divisoria entre la fantasía y la
realidad haciendo de nosotros seres
alucinados que experimentamos un secreto y mágico encanto ante la imagen y abrigamos
certezas simbólicas, con existencias delusorias, pero que nos brindan
seguridad, devoción, respeto ceremonial.
- Ahí están los antepasados, los ancestros, la raíz misma de las
generaciones. En el universo fotográfico esta capturada nuestra vida. ¡Es un acto de posesión y orgullo!
Encontró Bernardina en sus cavilaciones,
que existe todo un riquísimo espacio, innovador y de fantásticos adelantos con respecto a la
fotografía. Casi que un culto a ello equipado con los más diversos medios y
sofisticados aparatos que cada vez se perfilan como los abanderados de los
adelantos tecnológicos. Ya hasta existen
las llamadas selfies, pensó Bernardina, en las que no se requiere del otro para captar la propia imagen. Se hace en solitario, se auto retratan las
personas para así poder enviar a los
relacionados sus imágenes. Permanentemente se están intercambiando fotografías.
La gente en el mundo moderno se comunica exultante y orgulloso por medio de
fotos. Muestran las gentes su diario
acontecer. Exhiben, a veces hasta sin pudor alguno su cotidianidad. Todo un
universo de posibilidades hasta llegar a lo denigrante y obsceno, a lo sórdido
y procaz. Incluso encontró la muchacha en su estudio acucioso acerca de la Fotografía, cómo la más vulgar y
deleznable práctica de la pornografía utiliza este campo visual. ¿Qué hay
detrás de todo ello? Bernardina regresó a su ciudad con la mente en
permanente asombro, luego de esa
experiencia plena de luminosidad
en medio de los bosques y los ríos, el silencio y la paz.
Ahora está empeñada en investigar las razones
últimas de la fotografía. A veces a ella misma también se le corren los límites
entre lo real y lo captado por la lente fotográfica y experimenta ciertos
sentimientos de fantasía, de desdoblamiento, de extrañeza, de fatalidad. ¿En
donde principia lo uno y termina lo otro?
Pasa muchas horas pensando …
analizando….cuestionándose. Se ha tornado algo excéntrica y distante. Indaga
sin cesar acerca de las razones intrínsecas que acompañan este ritual tan
arraigado en el existir del ser humano, capaz de registrar el mismo paso del
tiempo en las diferentes etapas de la vida con los cambios físicos que este
proceso, a veces dolorosamente, conlleva.
Incluso viaja con frecuencia a distintas comunidades y realiza
entrevistas y reportajes, en los que en casos aislados ha sido informada
de actos rituales de magia negra utilizando la foto de quien se quiere
perjudicar o ensalzar; atraer o subyugar y, ha asistido a algunos sitios
especializados para tales fines, en
donde ha visto acudir a más personas de
lo que imaginaba, seres enceguecidas por el odio unos, y otros animados por
violentos sentimientos pasionales, por
lo que no escatiman dineros pagados a personajes oscuros que realizan sus
secretos actos ceremoniales, convencidos
algunos de su poder, y, los más,
perpetrando vil asalto a la ignorancia y a las urgencias emocionales de sus
“clientes” con engaños e intromisión en sus intimidades, sugestionándolos y
abusando grotescamente de su debilidad.
También está dedicada a contraponer el rechazo al
gusto ante el acto fotográfico, pues ha encontrado personas con deformidades en
su rostro y afrentas horribles en sus pieles que evitan verse en retratos pues así pueden soslayar
sus crueles estados. De igual modo, como
lo vivió, en diversas tribus indígenas
ha encontrado reticencia ante la cámara. Desconocimiento. Aprensión. ¿Miedo a que roben su alma? ¿Hasta allí llega
la fotografía? ¿Al alma misma?
A Bernardina por lo pronto le ha
robado la tranquilidad. Se halla deambulando de aquí para allá sin descanso ni
sosiego. Cámara en mano Ojos
escrutadores. Alma en vilo y mente
alerta. FIN
RUTILANTE
MARZO 6 DEL 2018
-7-
La
Bruja Mapi
En
una ciudad de clima cálido, colmada de cámbulos y gualandayes, en una casa
campesina como tantas, con techo de paja, grandes ventanales en madera, una amplia
cocina y una sala comedor modesta de
muebles tradicionales, de muy buen gusto y sobre todo con gran calor de hogar, vivía
una familia que todos los días a la hora de la cena, se reunía a compartir temas
diversos, especialmente los acontecimientos que tenían que ver con el progreso
de su país.
La
mesa presidida por el padre, un señor canoso, apuesto y bien informado. Su
esposa, una matrona igualmente mayor, de pelo casi blanco y un poco mal
geniada. Sus dos hijos, estudiantes interesados en el futuro de su familia y el
futuro de la sociedad.
Ya
en la mesa, siempre bien servida con viandas típicas de la región, cada
integrante de la familia proponía un tema, así todos tenían la oportunidad de
debatir algo de su interés. Un día hablaban de política, otro de la situación
económica, otro del medio ambiente, otro del momento que vivían en diferentes
países pobres del mundo, otro día estudiaban la biografía de uno de los tantos
personajes que han escrito la historia universal.
Un
día, el niño propuso un tema que a todos en la mesa dejó sorprendidos: “Yo
quiero que hoy hablemos de las brujas”. ¿De las brujas?, esas no existen, dijo el
viejo. La mamá, propuso que se permitiera hablar de las leyendas que sobre ese
tema se conocían. Cada uno contó lo que había escuchado sobre el tema. Beatriz
Helena tomó la palabra para decir que le
había escuchado al abuelo en una ocasión referir la historia de una bruja que, en su pueblo natal , una
noche de tormenta había llegado a su casa a la media noche ,al tejado de
zinc y con sus largas uñas rastrillaba
el tejado haciéndolo sonar de manera escalofriante ..hacia sonar las palmas de sus manos sobre su pecho
soltando sonoras carcajadas, lo que convertía la escena en algo muy miedoso,
como de película de terror. La abuela, que tenía experiencia en ese tema le
gritó: “mañana vení por sal”. Nadie entendió el mensaje. Nadie entendió por qué
Isabel decía aquella frase hasta cuando el día siguiente, en las horas de la
tarde llegó una vecina de casa llamada Luz a visitarlos y en medio de las onces
que le ofrecieron en un momento dijo: “Isabel me regalas un poco de sal?”. Ahí
quedó establecido que ella era la bruja que el día anterior había ido y había
protagonizado el espectáculo tenebroso en el techo de la casa. A las brujas se
les pide que vayan por sal y no pueden sustraerse a ese pedido y así le
descubren las identidades.
Todos estaban asombrados con la historia y
nadie podía continuar la cena sin dejar de preguntar detalles. Andrés Felipe
pidió la palabra y dijo: “…yo sé de una bruja, pero esa no es una bruja mala,
es una bruja buena”. ¿Acaso el término bruja no es para determinar a alguien
feo, con la nariz larga, con un gorro puntudo y montada en una escoba? Preguntó
la mamá. Noo, también se usa para
referirse con algo de gracia a alguien querido y cercano…es una palabra bonita
según el contexto en el que se pronuncie. No todas las brujas son feas y malas…
esta es una señora grande, que se ha interesado por el bienestar de su familia,
por el bienestar de sus amigos, ha trabajado por la cultura de su departamento y
es alguien muy querida por el pueblo. Ha trabajado por su gente y siempre está
dispuesta a prestarle lo mejor de ella a quien lo necesite, además de ser un
gran miembro de familia. Es amiga de sus amigos y no tiene enemigos.
¿Pero
eso que tiene que ver con el tema que estamos tratando hoy en la mesa? interrogó
al padre. Mucho dijo Andrés Felipe, en el mundo siempre hay gente mala pero
también gente buena. En mi caso, yo quería contarles que hay una bruja buena a
la que todos queremos y a quien se le conoce como la bruja Mapi. Me quedo con
las brujas buenas, hay muchas y ésta que yo conozco es una de ellas: de las
brujas buenas.
Todos
aplaudieron a Andrés Felipe y se fueron felices a dormir pensando más en la
gente buena que hace el bien y no en las malas que intentan hacer el mal.
Gran
enseñanza, susurró el viejo antes de dormir.
Este
cuento se ha acabado!
Álvaro Pava Camelo
-8-
Hadas Madrinas
Jorge
Eliécer Pardo
Cuando
salía Campanita con su varita mágica, en la televisión en blanco y negro, creía
con devoción en las hadas. En los mundos de ensoñación. La primera hada me
llevó por sitios inimaginables, con su voz dulce y sus canciones. Se llama el
hada Inés, y es mi madre. ¡Tantos viajes hicimos con mis hermanos en sus
relatos inventados, o los otros, extraídos de Las mil y una noches, Pierrot,
Verne o Andersen.
Mi segunda hada
fue mi tía Sofía, hermana de mi madre, que salía por la televisión; la veía
cuando vivíamos en un pueblo sembrado en un nudo de la cordillera central de
Colombia, escribía obras de teatro infantil donde me hizo personaje.
Las hadas
vivieron conmigo mientras me hice escritor. Así, siendo mozalbete, en Ibagué,
conocí a un hada reina que abrió las puertas de su casa donde habitaba el canto
de las aves, que llegaban mientras leíamos nuestros primeros cuentos y hacíamos
discusiones para mejorarlos, entretanto las chicharras se reventaban en los
samanes de la Plaza de Bolívar y los jóvenes, al lado del hada reina, libábamos
y comíamos en su castillo, navegando en el mar de los ojos de la anfitriona.
Se llama María
del Pilar Gutiérrez, pero su nombre de hada reina siempre fue Mapy, la de los
ojos de mar. Alrededor de ella, los nuevos escritores hambrientos de poesía,
música, y deseosos de viajes y aventuras. La de los ojos de mar pintaba al
óleo, moldeaba y escribía y, sobre todo, amaba la literatura y el arte, y
nosotros nos sentíamos artistas a su lado.
Ahora vive a la
orilla del Mediterráneo, en la lejana España. Allí navega y camina por las
hermosas pinturas del maestro Galiá, su inmortal compañero. La he visitado en
su masía y, como en su fortaleza de Colombia, he vuelto a sentir ese cariño que
no dejamos de recordar siempre.
El mar sigue
golpeando el arrecife y todos seremos nubes.
Bogotá, abril 20
de 2021
-9-
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