Cuentos en mis 80.

Un regalo de de algunos de mis 500 Amigos y mis allegados. Muestra de amistad que me deja navegar en Historias, cuentos de quienes recibo con cariño y quedo plenamente agradecida por sus afectos.  !Que mejor manera de celebrar a mis 80!.

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MAPI, MAPIROSA, A LOS OCHENTA, LA MUY GRACIOSA.

Por más que lo intente, no logro recordar el día que conocí a Mapi. Porque eso de María del Pilar Gutiérrez, y el doctor Servando, y doña Margot, Luisa Fernanda su hermana, y sus hijas Sandra y María Virginia, y sus primos Armando y Alfonso – mi compañero desde San Simón y la facultad de Derecho en La Nacional –, el señor Rocha y el algodón, el Valle del Cauca y Codazzi; todo eso vino después y despacio, como casi todo lo que me ha compartido en 43 años de cariño. Algo así es la dilación que me niega ese recuerdo.  

Porque hay quienes en la memoria aparecen haciendo ruido, impactándonos con su presencia, y otros llegando discretamente, para hacer más oscuro el encuentro y aquél detalle o situación en que les conocimos. Y fracaso en la pesquisa, pues aquel día se ha desvanecido entre el tumulto de vivir, o perecido ante el desgrane de los años con su gula de olvido. Y no es sólo con ella: la inundación de ese pesar alcanzó a todos mis amigos. O me rebasó, es más exacto decir, pues soy yo quien padece esa desmemoria.

Hoy creo poder decir, que en el efecto fugaz o duradero del debut en la amistad, pesa menos el histrionismo o modestia de quienes conocemos, que la niebla tendida por la edad sobre tantos momentos de la vida. Pues se llega a un punto en que no es posible afirmar con certeza, cuándo compramos una flor para ella, en dónde la vi por primera vez sabiendo quién era; esas cosas que sólo la memoria y el corazón saben precisar en la viveza de la juventud.  

Lo que no sabemos anticipar los jóvenes – y lo éramos todavía al conocernos –, es con quiénes compartiremos por décadas la conversación apacible en la sala de nuestra alma; quiénes, después de sobrevivir a los choques de la vanidad, y agotados con el trajín de sus obligaciones y dificultades, regresarán al mismo sillón del amigo viejo. Pues también creo saber ahora, que el mero vivir cansa, que prevalecer sobre las adversidades fatiga, y que sin lamerse con láudano las peladuras del orgullo, no veremos a los amigos verdaderos retornando con la pose arrugada, maltrecho pero reposado el ego, igual que landrados perros salvajes después de una larga correría, arrimando a la seguridad de su cubil.

Confió en que el reencuentro seguirá siendo así, sin diferencia entre los amigos que germinaron con desinterés y prodigalidad en la juventud – cuando preguntarse por la duración de la amistad es inaudito –, o los que después fuimos encontrando en el atareado camino hacia la madurez – nunca tan desprendidos e incondicionales como aquellos–. Para lo que se precisa, desde luego, paciencia y cautela para conservar los amigos. Porque a cierta edad, hay días en los que deben tratarnos con trapitos calientes, o guantes de gamuza si no quieren herirse con nuestras espinas callosas, roñosas… agrias. He caído en pensar que la edad nos hace delicados como el vidrio, sensibles como un pétalo, y también ásperos como el estropajo.

María del Pilar, en cambio, se ha mantenido intacta en la amistad. Refractaria a las mudas del tiempo, sigue suave al trato, amorosa al primer llamado del amigo, y graciosa como antaño, aunque esté cumpliendo ochenta años. Sí, después de tanto, donde quiera que ella esté, o de dónde aparezcan sus amigos tan diversos, encuentran tibio el mismo sillón en aquella sala donde tantos caben. Porque su tacto cariñoso hizo posible sentar a un mismo tiempo a broncos y díscolos, disonantes y arreglados, sin darse un mordisco grave. Allí, igual que En casa de Irene, la canción de Sacha Distel, se bailaba y se cantaba con alegría… y en casa de Mapi te quiero encontrar, donde los días nunca fueron tristes. 

Es que, por lo que recuerdo, igual que una madraza, en su casa me sentí acogido y sin urgencia de desenvainar, cuando entonces me resultaba difícil contenerme. Si es que en lo suyo celebramos mi premio nacional de literatura infantil con los amigos que cargué y Nereida, mi compañera de entonces. En sus predios nos regodeamos sin cuenta de las horas, Alberto Suárez, Gregorio, Carlos Orlando, Olga, Edilberto, Augusto, Hugo, Víctor Hugo, Jorge Ernesto, Lafont y cuántos más, de a dos o en gavilla, convocados como al rezo.

Cuántas veces en compañía de Hugo Ruíz agotamos, él y yo, las noches y las existencias de alcohol, que ella desde su cama de enferma puso a nuestra disposición, de vinillos y whiscachos, alguna vez surtidos por una vieja amistad de Mapi que pasó de visita luego de varios años. No sé cuántos podrán contar que en su casa chamusqué por accidente un vestido suyo que usaba Olga Lucía alguna madrugada; o recordarla a ella y a Cecilia danzando entre tules canciones de Édith Piaf, que por entonces yo escuchaba como una manía, recorriendo nostalgias recientes de París, de donde mi amigo Hugo regresó después. Esas escenas siguen vivas… sin necesidad de precisar sus días, y fácil alzan vuelo con la voz de Louis Armstrong o Ray Charles, cuando aquél canturrea What a underfull word, y éste atruena con su contagioso Hit the road Jack.

Aunque tal vez, con esas excusas no hago más que recordarme a mí mismo… al que entonces era. Sí, porque tengo la idea de que cuando los amigos se hacen imprescindibles viven en uno, y uno en ellos, haciéndose dudoso discernir a quién de los dos quiso citar el recuerdo. Y convocado a celebrar con estas líneas una fecha tan significativa en la vida de mi amiga María del Pilar Gutiérrez Clopatofsky, junto al pintor Narcés Galiá, su compañero, lo hago para llegar a ella como otros viejos días, desde cuando hace poco más de 43 años la conocí, sin que al final importe cuándo.

Querida Mapi, confió en volver a llamar a tu puerta cualquier tarde, y en que seguirá abierta como desde la primera vez, pues a los ochenta sigues tan picante, pizpereta y tan graciosa, el aspecto que más aprecio de tu personalidad y más nos une, aunque yo haya sido la víctima de tus travesuras algunas veces, como cierta mañana en el Hotel Matamundo, en Neiva, imposible de olvidar. Gracias por tu amistad, para mí tan entrañable.

Te mando mi abrazo.

Álvaro Hernandez

Bogotá, 02 de mayo de 2021

 


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                              En Memoria de María del Pilar

 

Conocí a María del Pilar Gutiérrez, cuando estaba concluyendo mis años de bachillerato. Por esa época en compañía de su pariente Armando Gutiérrez Quintero, de Jorge Alberto Guzmán y de Gregorio Rudas, entre otros compañeros de estudio, íbamos a visitar a varias amigas en el tiempo libre que los estudios nos permitían.

 

Recuerdo que ella vivía con su familia en una casa de un solo piso, grande, en el Barrio de Belén en Ibagué. Admirábamos profundamente a su padre., el abogado penalista Servando Gutiérrez Aragón, por su inmensa cultura, la claridad de su palabra y condiciones de orador. También en compañía de Gregorio Rudas íbamos a las audiencias públicas para deleitarnos con sus majestuosas intervenciones. El manejo de la prueba y la impresión oratoria era algo que nos cautivaba enormemente.

 

Por entonces nuestras visitas se extendían a reuniones literarias en grupo y la poesía, las declamaciones, los ensayos de versos o la  memorización de los maestros del soneto nos engolosinaban en grado sumo. Y con Mapy, como le decíamos también, teníamos con otras amigas, reuniones bailables los sábados en la tarde, sin alcohol, pero con empanadas y coca cola. La música estaba contenida en discos de acetato. En los pick up, o radiolas. Gozábamos con Matilde Díaz, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, el trio de Los Panchos, Los Tres Diamantes,  Leo Marini, Genaro Salinas, Hugo Romani, para decir los nombres de quienes eran los protagonistas de nuestros sentimientos románticos juveniles. Mapy descollaba por su belleza, donaire, gracia, picardía, simpatía y sencillez.     

Mi hermano mayor, Ricardo por entonces dedicaba sus ratos libres al canto y cultivó su voz de bajo profundo, en las masas corales del Conservatorio de Música, que dirigía de manera magistral Amina Melendro de Pulecio quien logró llevar como Director musical a una maravilla de personaje italiano como lo fue Alfredo Scuarcheta. Los conciertos en el Auditorio Alberto Castilla eran un espectáculo frecuentado por la juventud además de los tradicionales mayores. La entrada era gratis y un gran plan ir a tales eventos.

En esos tiempos solamente había un  Club en Ibagué, el Círculo Social que funcionaba en una casa grande en la plaza de Bolívar entre carreras novena y décima, su equipamento se reducía a unas mesas de billar, una cancha de bolos, cuatro o cinco mesas de ajedrez y pista de baile. Nosotros únicamente utilizábamos esta última atracción, y ya podíamos tomar cuba libre (Ron con coca cola) un tanto a escondidas.

En ese escenario, mi hermano Ricardo cayó en las redes de Mapy y luego de un corto noviazgo se llegó al matrimonio. Para familiares y amigos ello fue todo un acontecimiento.

La vida siguió su rumbo y nosotros, hablo de Armando Gutiérrez, Jorge Alberto Guzmán. Rafael David Gastelbondo, Gregorio Rudas, entre otros, luego de culminar el bachillerato en el Colegio San Simón, nos desplazamos a Bogotá para iniciar los estudios universitarios en el Externado de Colombia que por entonces solamente tenía una Facultad, la de Derecho. Hoy cuenta con más de veinte.

 

Luego de vivir un tiempo en Ibagué, Ricardo y María del Pilar se fueron a vivir al Departamento del Cesar, a Codazzi. Pasaron los años, comenzó la descendencia, nacieron Ricardo, María Virginia y Sandra, un golpe de infortunio nos golpeó con el temprano fallecimiento de Ricardo, cuando vivían en el Valle del Cauca, en Cartago y otro cambio de rumbo y de escenario, llevó otra vez a Mapy a Ibagué, a ganarse la vida, a trabajar, lo cual puso en evidencia sus capacidades, sus facultades intelectuales, aficiones literarias, artísticas y de comunicación social.

 

Luego de haber desempeñado algunos cargos tuve la oportunidad de contar con ella en mi breve ejercicio como Gobernador del Departamento en el último año de gobierno del Presidente López por allá en 1977-78 como Secretaria Privada y, entonces, amplió su  visión de comunicadora y de admirable relacionista.

 

Formada ya en ese ámbito, en una exposición de pintura en Miami, conoció a un gran artista catalán, un maestro en el puntual término de la palabra, con quien surgió una amistad: Narcís Galiá. El hizo su primer viaje a Colombia, a Ibagué y la relación e identidad de propósitos y de fines determinó su nueva unión conyugal. Así, en Alcanar, provincia de Cataluña, en España, ella se convirtió en embajadora de nuestro país, de los tolimenses singularmente y el Maestro en un asombrado americanista.

 

La afición artística y literaria de Mapy quedó plasmada en varios libros divulgadores de nuestras costumbres, mitos y leyendas, en ejercicios pictóricos y en actividades culturales.

 

Llega ahora a los ochenta años de vida, rodeada por la admiración de quienes tuvimos la oportunidad de arrimarnos a la calidez de su espíritu, a la sencillez de costumbres, a su alma calentana, y a un enjambre de inquietudes estructuradas en su talante amable y cordial. Así recuerdo a la querida Mapy.


Cesáreo Rocha Ochoa

Bogotá Abril 19 de 2.021  

 

   

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PARA MAPY GUTIERREZ EN SU 80 ANIVERSARIO

 

EL VIEJO

Cuando llego a su casa, el viejo está sentado en la mesa, no tiene nada en el plato, apenas se distingue que ha habido algo caldoso, pero él, con la cuchara en la mano, va intentando coger un poco de caldo o sopa imaginarios, sigue intentándolo unas cuantas veces más, mientras yo me siento a su lado, él me mira, no me reconoce.

Cuando para de intentar comer, le pregunto si tiene más hambre, me dice que no con la cabeza, le abrazo, le doy un beso y, como siempre que voy, le digo: soy Nuri. Él me vuelve a mirar y esboza una sonrisa.

Su compañera desde hace muchos años, lo mira con tristeza, ella tampoco tiene buena salud, diferentes enfermedades la hacen sufrir desde hace mucho tiempo, pero es una mujer muy activa y trabajadora, ha sido muy valiente, se ha esforzado y ha intentado que su enfermedad, no interfiriera en su día a día. También se ha hecho mayor, en poco tiempo su sonrisa se ha diluido, la enfermedad tan dura de su pareja la ha afectado mucho en todos los aspectos.

La llaman por teléfono y sale del comedor, camina con dificultad. Me viene a la cabeza la imagen de cuando llegó, hace 27 años, era una mujer todavía joven y vitalista, con gran ilusión por adaptarse al nuevo país, a la nueva pareja, a sus amigos y que nos dio a conocer otra cultura. En muy poco tiempo se convirtió en una persona conocida y querida por todos.

 Estos últimos años, él era consciente de que sin ella no habría llegado en las mismas condiciones de salud a la edad que tiene, su compañía, su atención constante y solícita, hizo que el entonces acabado de jubilar, y ahora viejo, recuperara la ilusión, las ganas de pintar y de hacer cosas nuevas durante muchos años más.

Él ha sido una persona muy importante para mí, fui alumna suya durante unos años y nos convertimos en buenos amigos, más que eso, era su confidente de problemas familiares y, más de una vez, había tenido que hacer de árbitro en las discusiones con su anterior pareja.

Mientras fui su alumna, fue muy exigente conmigo, mucho; me hizo llorar más de una vez, y yo, a pesar de que tenía más de 30 años, a menudo no podía entender porque a mí no me encontraba nada suficientemente bien. ¡Ahora le agradezco tanto aquella exigencia! Él también me ha querido mucho y me lo ha demostrado, una vez me dijo que le hubiera gustado que fuera su hija.

Dejo mis pensamientos cuando ella vuelve, entablamos una conversación, mientras él nos mira con la mirada perdida, ella me quiere enseñar algo, acabamos de traspasar la puerta y ya oímos a la cuidadora:

¡NO! ¡No se levante, volverá a caer!

Pero él ya está haciendo unos pasos, voy, lo cojo de la mano y le acompaño a sentarse en una mecedora, está intranquilo, mira a todas partes, como perdido, como quien no reconoce su entorno, vuelve a querer levantarse, llama:

¡mamá, mamá!

La mamá, ahora, es su compañera, ella va solícita, parlotea, no le entendemos. Cojo el libro que acabo de publicar, me siento a su lado y le digo:

¿ha visto qué libro que he hecho?

Repasamos las páginas juntos, sonríe.

¿Le gusta? Le pregunto.

Si mucho. Me contesta.

Es gracias a usted que he hecho las ilustraciones, usted me enseñó a dibujar y pintar y por eso he podido hacerlo.

Me mira sonriente.

¿Ah, ¿sí? me pregunta.

Hago un esfuerzo para reprimir las lágrimas, le abrazo.

Le quiero mucho. Le digo.

Él me coge la mano entre las suyas, me mira y vuelve a sonreír.

 

 

Núria Prades Sancho-

 Alcanar, mayo del 2021

 

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 En el día de su cumpleanos  para,  María del Pilar Gutiérrez Clopatofsky: Mapy. 

LA NINA DEL CORAZÓN DE ORO  
    _      -cuento infantil- 

Por :Martha Esperanza Ramos de Echandia 

María del Pilar, hija del magistrado  Gutierrez, era una nina poco común. No era como las otras chicas, que solo se interesaban en jugar.  Ella era alegre y juguetona pero le gustaba refleccionar.
 
A sus diez anos, huía de los juegos con que se entretenían sus amigas y solo le gustaba leer ; sentada en un rincón cerca de la ventana de su cuarto, abandonaba todas las otras actividades y permanecía largas horas meditando ; !algunas veces la encontraban llorando! . Por qué lloraba Mapy?. No le faltaba nada, sus padres eran muy tiernos con ella, le daban juguetes, dulces y todo cuanto deseaba. Era la nina consentida de todos.

Los propios padres andaban intrigados con su tristeza y no sabían lo que debían hacer para distraerla.
La llevaban al cine y a todas las diversiones para ninos, pero Mapy seguía melancólica y no explicaba a nadie la causa de su tristeza. 

Una noche sucedió una verdadera calamidad, una fuerte tempestad y un terremoto asolaron aquella aldea, destruyendo casas, exterminando rebanos, ocasionando inmensos danos y causando gran dolor a la nina que al oír  los tristes lamentos de las víctimas, pensó que se estaba confirmando el presentimiento que motivaba la meditación que la entrestecía y entonces,  salió de la casa  corriendo  hacia el lugar del siniestro.

Cuando Mapy llegó a la primera casa que estaba destrozada, vió un nino debajo de un montón de escombros , lo levantó en sus brazos y le preguntó : Tu madre?, dónde está tu madre?, mi madre?, le respondió el pequeno, está allí y senaló unas piedras caídas en el suelo. La nina entonces dejó al pequeno en el piso, se dirgió al lugar donde había un montón de tierra con muchas piedras encima y entre las ruinas vió un brazo. Sin fuerzas para quitar las piedras, empezó a pedir ayuda con fuertes gritos. Al escuchar los pedidos de auxilio de Mapy, acudieron sus familiares y al observar aquella desgracia comenzaron a abrirse paso entre los desechos y en pocos instantes consiguieron salvar a la pobre víctima, que ya tenía el brazo partido. 

Por el dolor, la pobre mujer no podía hablar, apenas articulaba estas palabras : mi hijo?, mi hijo?, . Está aquí, le respondió Mapy. Y le mostró al nino que, aún temeroso, se le agarraba al cuello.

Acorde con su manera de ser, la bondad de la nina no se agotó con esta acción. En la misma aldea, el temblor de tierra causó muchos danos y las víctimas quedaron en la miseria. 
La pequena, sabiendo de la desdicha de los pobres, les llevaba comida, ropa y algo de dinero todas las mananas.

Mapy, se sentía muy feliz haciendo el bien y la tristeza, que antes la acongojaba , se disipó por el gran placer que le producía el ejercer la generosidad y la solidaridad, con sus semejantes.

Se volvió alegre y hasta juguetona. Los padres, regocijados, se preguntaban : Qué fué lo que transformó asi a nuestra hija ? . Su bondadoso corazón, respondían y agregaban con convicción : Es que en esta vida la felicidad y la alegría están en el bien que hacemos a los demás y no solo en el que ellos nos hacen a nosotros.

La buena Mapy desués fue conocida como La nina del corazón de oro.    

Quinta Do Conde, Sesimbra-Setúbal Portugal. Mayo 4 de 2.021    

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Para mi queridísima Mapy en su 80 cumpleaños, con mucho cariño. Quique Pérez

LIMPIABOTAS EN CARTAGENA

Estábamos viviendo en Ciudad de Panamá y decidimos pasar unos días de vacaciones en Cartagena de Indias donde vivía mi hermana Lucy, en el edificio Cristóforo Colombo en El Laguito. Nos pusimos de acuerdo con mis hermanas y hermanos y, cada grupo familiar, alquiló por una semana un apartamento en el mismo edificio C. Colombo (señalado con una flecha azul).


Acordamos que, cada día, uno de los apartamentos se encargaría de organizar las comidas de los otros. Lo pasamos muy bien yendo a la playa pero me empecé a aburrir así que tuve una idea: me haría pasar por lo que no era para ver la reacción de la gente.

Ya en Madrid (España) había querido hacer algo así, hacerme pasar por lustra botas en una placita de Arguelles pero no pude hacerlo; ni corto ni perezoso, le pedí a mi sobrino Jorge Alan, que me acompañara y, en el taxi, le expliqué la idea: quería alquilar los elementos necesarios para parecer un lustra botas y, el sitio ideal, sería en la Plaza de Bolívar.

Cuando llegamos allí observé a los varios lustra botas que había y me dirigí a un chaval jóven y le pregunté cuánto ganaba al día lustrando calzado y me costestó dándome una cifra, que ahora no recuerdo. Le hice una proposición: él me dejaría sus implementos y yo le pagaría el doble de lo que él ganaba cada día. Se puso contento y quedamos que, al otro día, temprano, a las 07:00 horas iría a la Plaza de Bolívar para empezar mi trabajo.


Así lo hicimos. Le pedí a Jorge Alan que se situara en los alrededores y estuviera al tanto por si había algún problema y además para tomar fotos de las reacciones de mis clientes.

A unos pocos metros se encontraba el edificio de la Gobernación.  Muy pronto se acercó un señor, bien vestido y con un periódico en la mano y me pidió que le limpiara el calzado.


Lustra botas en otro sitio de Cartagena de Indias

En esa época trabajaba para una empresa norteamericana y estaba muy al corriente de los cambios de las diferentes monedas de Hispanomérica, Estados Unidos y Europa.

Pronto me dí cuenta que mi cliente leía una página del periódico que trataba sobre temas de economía;


Con mi equipo de trabajo “Pura sangre”

Anécdota 1    

Y empecé a comentarle cosas sobre los cambios de monedas y la fuga de capitales en países como Colombia, Panamá, Brasil y otros. El hombre dejó de leer el periódico y me hizo muchas preguntas y, entre ellas, la razón por la cual trabajaba limpiando calzado, teniendo conocimientos tan amplios;  para colmo, le hablé en francés, en inglés, en italiano y en portugués y el hombre no daba crédito. Finalmente le expliqué que lo hacía, simplemente, para ver las reacciones de la gente. Me pagó, me dio la mano y se fue.

Hice otro tanto con algunos clientes más y decidí irme a la zona moderna, donde vive mi familia. No sobra decir que mi presencia era la de un vagabundo. Olvidaba decir que me propuse comer únicamente con el dinero que ganara con mi nueva profesión.

Anécdota 2  Cuando llegué al barrio de Bocagrande me instalé en un área muy transitada y a la sombra de un gran árbol de ficus. A los pocos minutos se acercó un policía y me pidió la documentación para trabajar de lustra botas y le respondí que no tenía. Me amenazó con detenerme a menos que le “colaborara” con un 10% de lo que ganara y que no intentara engañarle porque me iría muy mal. Acepté pero tomé buena nota de la cara y nombre del policía.

Anécdota 3   Fui conociendo a otros lustra botas así como a vendedores ambulantes que, al principio, les caí mal hasta que le confesé a uno de ellos que estaba trabajando allí porque huía de una fechoría muy grave que había hecho en el interior del país. A partir de ese momento todos fueron sonrisas y palabras de apoyo hacia mí.

Anécdota  4  Una mañana, que había llovido, no logré ganar suficiente para comer y uno de los vendedores ambulantes (en la foto junto a mí) se me acercó y me preguntó, a ´eso de las 13 horas, si había comido y le contesté que no; un rato después me entregó un banano y un trozo de pescado frito para que comiera.

Anécdota  5  Ese mismo día estaba muy cansado y pensé volver, de una forma disimulada, al Cristóforo Colombo para descansar y, cuando pasaba frente a una tienda muy lujosa de esmeraldas, el dueño me llamó y me preguntó cuánto cobraba por limpiarle sus zapatos; le contesté que 10 pesos y aceptó; me hizo entrar en su tienda, con aire acondicionado, y fue muy exigente respecto a mi trabajo; me sentí un poco humillado y, cuando terminé y tendí la mano para recibir los 10 pesos, me entregó sólo 5.

“Señor, le dije, acordamos que eran 10 pesos” y me dijo que aceptara los 5 y me fuera rápidamente o llamaría a la policía para que me detuvieran.

Hubo varias anécdotas más pero no deseo alargar más este capítulo.

Cómo terminó todo?

El día de Navidad, cuando estaba oscureciendo, pedí a un familiar que me prestara su elegante y caro coche y fui a buscar al chico que me había regalado el banano y el trozo de pescado así como a otros dos que también habían tenido algún detalle amable conmigo. Cuando les pedí que subieran al coche, yo iba bien vestido, dudaron en hacerlo y uno me preguntó si había robado el coche. Les contesté que no e insistí en que subieran. Los llevé al lado de la piscina de nuestro edificio donde mi familia estaba haciendo un asado. Les conté la verdad y les invité a cenar con nosotros y les obsequié con algunos pequeños regalos.

Al día siguiente, nuevamente bien vestido, y conduciendo aquel fastuoso coche, me acerqué a ver al policía y también a la tienda de esmeraldas; me identifiqué, porque no creían que fuera el mismo y les hice ver que habían abusado, de su autoridad el primero y de su posición económica el segundo. Creo que sintieron algo de vergüenza!

 

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¿Conoces alguna casa, oficina, consultorio o recinto humano donde no veas alguna fotografía? ¿Ningún portarretrato por ahí? ¿Ningún cuadro con la imagen de alguien allí desde lo alto o en un rincón, o sobre una consola,  sonriendo o “posando”, soberbio, trascendental, serio, elegante o enigmático? ¡Esta fue la razón que Bernardina  dio a su madre cuando le comunicó que había decidido claudicar de su carrera de Psicóloga para dedicarse a ser Fotógrafa! La señora, ya entrada en años, viuda, enferma y limitada,  con su única hija a cargo,  quedó desconcertada. Aquella noche no pudo dormir. Bernardina ya casi iba a terminar sus estudios universitarios, estaba ad portas de su grado, sólo le faltaba la tesis,  contaba 24 años y de alguna manera ya era hora de que encaminara sus pasos hacia algo productivo. Insomne, esta angustiada madre quien veía derrumbarse las expectativas de graduación de su hija, caviló por largas horas en las que vio desfilar en sus recuerdos las casas de sus familiares pobladas de retratos. Las casas de sus amistades de igual forma. Los consultorios que frecuentaba, las oficinas y colegios; las universidades, los centros comerciales, buses, almacenes … absolutamente todos los recintos conocidos estaban poblados de retratos, bien fuera de personas, animales, paisajes, estructuras; todos los aposentos del conglomerado humano allí en su ciudad, en su país, en China, India, Cafarnaúm o Beirut, donde fuera, todos tenían   retratos.

 Desde luego que su hija tenía razón. Pareciera que la fotografía  imperaba como una inconmensurable potencia gráfica en el mundo actual. Sólo recordó dos hechos aislados, uno, el de una familia conocida, pobres ellos, con residencia en el campo, a donde nunca llegó la oportunidad de fotografiar a la madre, hecho que los avergonzaba secretamente y los apesadumbraba enormemente en el mundo de sus afectos. A la larga, se dijo a sí misma – Es que la imagen de la madre captada en una foto parece representar para todos nosotros los humanos una invaluable posesión. Es quizás,  algo así como estar conectados a ese hilo dorado que nos conduce al pasado y en el caso de la madre, nos une a ella, a su misma existencia, reafirmando en nosotros  identidad, raigambre. Siguió en sus cavilaciones y recordó el otro caso, era el de su cuñada.  La mayor  de los hermanos, quien evitaba ser fotografiada; siempre se excusaba de que algo tenía que hacer, se agachaba a consentir al perro,  justo en el momento del click de la cámara, cargaba al bebé para ocultarse, se hacía bien atrás del grupo; o, ya sin recursos elusivos, afirmaba abiertamente- “No me gusta que me tomen fotos”.  Algo la apartaba de verse en retratos y alguna vez comentó el hecho  de haber sido su madre la fiel representante de la belleza femenina, extraordinariamente admirada y recordada por dicha fortuna, pues como decían los abuelos, la belleza es el regalo excelso de los dioses;  y ella, única mujer entre cinco hermanos, era fea, según su propia convicción. Pero todos los demás casos respaldaban con creces el gusto por la fotografía. Ser fotógrafa podría ser un maravilloso campo de acción para su hija, todo el mundo pagaba por ser retratado; no conocía a nadie,  a nadie más,  excepto a su cuñada, a  quien no le encantara verse retratado. ¿Sería que así nosotros los humanos conquistábamos por ese medio la ansiada eternidad? En su caso específico conservaba fotos de todo el acontecer de su vida. Desde sus bisabuelos, la boda de sus padres, su madre quinceañera, su propia boda, su hija de bebé, de escolar. Hasta sus muertos. Era usual en algunas partes tomar fotografías a los muertos; ella misma tenía las de su madre en el ataúd. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros los humanos sin este recurso maravilloso? Sería demasiado efímero nuestro paso por la vida. Hasta los reyes y emperadores en la antigüedad a falta de cámaras fotográficas habían recurrido primero a la escultura y luego a la pintura para perpetuar su imagen.  Por medio del  arte se había conquistado la  permanencia, se prolongaba el tiempo, se conectaba el pasado con el presente y el futuro. Y hoy en día, se dijo a sí misma ya algo exaltada, las fotos nos brindan esa otra realidad que es la propia en la que nos podemos deleitar contemplándonos a nosotros mismos y a los otros, como capturando al ser, apropiándonos de la imagen. ¡Realmente Bernardina ha dado en el clavo! Sin fotografías otro sería el transcurrir del hombre sobre la tierra. Un gran vacío lo cubriría. En una cápsula de viento quedaría envuelto el mundo.  Siguiendo el curso de sus pensamientos llegó a advertir que incluso en el trajín burocrático siempre se exigían fotografías de las personas para todo: Tarjetas de Identidad, Cédulas de ciudadanía, licencias de conducción, pasaportes, hojas de vida para acceder a un trabajo… todo… absolutamente todo el devenir humano estaba referido a capturar la imagen de las personas y estamparlo en sus documentos a modo de identificación. Era indispensable en el mundo moderno dicha  ejecución: ¡FOTOGRAFIARSE!  Luego la asaltaron algunas dudas:

 - En los tiempos que corren se cuenta con elementos muy sofisticados para tales efectos,  cada persona lleva en su teléfono móvil, incorporado, cámaras estupendas con las cuales sin necesidad de pagar a expertos en la materia logran capturar momentos decisivos de sus vidas, de sus viajes, fiestas y celebraciones; exhibiendo dichos momentos en las llamadas “redes sociales” y muchos otros medios virtuales e impresos. Ya poco se contratan fotógrafos, pensamiento que ensombreció su mente por unos instantes,   para seguidamente contestar a sus prevenciones: Nooo,  hay todo un amplísimo campo de exigencias en las que es requisito indispensable acudir a servicios especializados, dado que los requerimientos son taxativos. Lo mismo ocurre con numerosos eventos en los que es indispensable contratar fotógrafos. Esta conclusión revestida de absoluta certeza  tranquilizó su ánimo y en aquella noche en blanco para el dormir, pero atropellada en imágenes para la vigilia, abrigó muy atractivos proyectos, incluso  los más importantes para ella en este momento, las buenas posibilidades económicas, lo cual le permitió conciliar un sueño plácido y reparador, justo al  despuntar la alborada del  nuevo día. Despertó a media mañana, su hija ya no estaba en casa; hubiera querido comunicarle su entusiasmo  acerca de la profesión de Fotógrafa.  ¡Ahora ésta aparecía ante  sus ojos como muy acertada y prometedora de futuros éxitos monetarios!

 La muchacha ya  estaba en el centro de la ciudad husmeando sitios especializados en la materia. Visitó algunos de renombre en los que se hacían los llamados “estudios fotográficos” y otros en los que en cualquier rincón de un local de cafetería o librería, había un puestecillo con cámaras y telones de fondo para ejecutar fotos de trámites burocráticos.  La dejaron observar en unos y en otros pues se presentó como estudiante de fotografía que estaba realizando su tesis de grado  cuyo título llevaba el siguiente enunciado: “Fotografía: ¿Arte u oficio?” Treta que ante ellos apareció como del todo atractiva. Fue como una lanza certera que dio en el centro de sus ansias reivindicatorias, justo en su lastimada auto estima, en el  inconfesado ideal de cada fotógrafo, muchas veces vilipendiado, por lo que de inmediato le abrieron  las puertas a la ingeniosa muchacha, en quien vieron el elemento propicio para colocar en su debido lugar  su profesión. Arte, así, Arte con mayúsculas, pensaron. La asiduidad y recato, la disciplina y sensatez de Bernardina fueron propicios para que le ofrecieran trabajo de asistente en un renombrado sitio a donde iban personajes de toda laya, pero especialmente adinerados, a posar para ser retratados, pagando para ello sumas considerables. Al principio fungió casi que de limpia cámaras, luego, poco a poco fue ascendiendo a luminotécnica. El fotógrafo, hombre sesentón y con una connotada experiencia llegó a apreciarla, pues contaba la muchacha con todas las virtudes requeridas para tales efectos, a juicio de buen cubero: Bonita, agradable, muy observadora, callada, discreta, intuitiva y con un finísimo sentido estético para lograr certeros ángulos. Tenía gran éxito el fotógrafo. No había día de la semana en el que no ingresara a su estudio algún adinerado cliente. Era algo que brindaba a su prestigio un piso económico bastante sólido y a su ego satisfacción maravillosa. Sin embargo, la fiel y muy dedicada luminotécnica, principió a notar en dicho ejercicio algo que no le parecía correcto ni  ajustado a la realidad. El fotógrafo “retocaba” los retratos de tal suerte que deformaba la fidelidad del acto mismo al captar la imagen de las personas. Si la esposa del potentado tenía en su rostro unas ostensibles manchas, éstas eran borradas en su totalidad. Si el  señor estaba muy arrugado, desaparecían por arte de magia las arrugas en el laboratorio del fotógrafo; al barrigón se le disimulaba su barriga y a la dama de enorme nariz se le perfilaba de algún modo dicho rasgo, lo mismo que al de la verruga en la frente,  al calvo y al orejón.

 La vanidad de los seres humanos principió a inquietarle  en forma bastante enigmática. Su sentido  ético y estético no comulgaba con aquella práctica y un buen día, en el que sorpresivamente no hubo clientes, el tema afloró en forma natural entre ella y el afamado fotógrafo profesional. Este concedió mucho valor a las observaciones de la joven ya que era algo que él venía manejando por más de 30 años y dio rienda suelta a toda su experiencia en relación con tan hondo sentido que tenía la vanidad en las personas. Como decía Bernardina no era del todo correcto deformar las imágenes, no era profesionalmente ético alterar la realidad. ¿Por qué se prodigaba él para tal práctica? El fotógrafo calló. Después de unos minutos de silencio y dadas las condiciones humanas de la muchacha le dijo: -Mañana viene un político de renombre, quien va a lanzarse como candidato en las próximas elecciones presidenciales. Vamos a ejecutar el trabajo ceñidos a la realidad como tú planteas, con las exigencias que requieres. Fue un ejercicio de varias horas, varias tomas, ángulos diferentes, fondos adecuados, luces, sombras, cambio de corbata, de camisa, de peinado. Vinieron maquilladoras expertas que el individuo trajo exigiéndole al fotógrafo que sólo ellas lo arreglarían; en fin toda una faena de alto turmequé. El fotógrafo reveló las placas tal cual salían, no hubo retoque alguno ni corrección a los rasgos e imperfecciones del modelo. Las exigencias eran de prontitud en los resultados. Así se hizo. Al día siguiente ya estaba listo el trabajo. Una larga hilera de fotos en las que aparecía el candidato de perfil, de frente, de pie, sentado, etc.etc. Llegó el personaje con su comitiva, arrogante, seguro, impetuoso. Al ver las fotografías montó en cólera. –Ése no soy yo, exclamó enrojecido y tembloroso a punto de estallar. Parezco con 10 años más y 20 kilos de grasa. ¿Qué le pasa a usted? ¿Acaso es una burla? ¡Exijo que me devuelva mi dinero! Tomó la hilera de cartón en la que aparecía su figura tal cual era y sin más ni más ante el asombro de la muchacha y la risa contenida en el gesto sardónico del fotógrafo, destrozó todas las muestras. Su comitiva lo secundaba a modo de áulicos que venden sus criterios por la paga, saliendo todos en fila. ¡Huyendo  de la realidad! Desconcertante, pensó Bernardina, absolutamente desconcertante. Mejor estudio Leyes como mi papá, se dijo a sí misma. ¿Tanto nos cuesta aceptar la realidad con respecto a nuestra propia imagen corporal? ¿Vivimos de espaldas a la objetividad?  O es que dentro de nosotros mismos grabamos otras realidades. Por lo visto no hay correspondencia entre las imágenes externas y las  internas. ¿Qué pasa en ese complejo y fino mecanismo por medio del cual vamos entretejiendo   nuestras  representaciones mentales  de cómo es nuestra figura, auto regulando la información que recibimos por diversos medios? ¿Por qué existe tanta distorsión entre lo que creemos de nosotros mismos y lo que retrata el lente fotográfico? Todas estas preguntas se dispararon  en su mente en forma casi visual.  Luego  pensó que esto ocurría solamente con el personaje político que tal vez requería  proyectar ante el público una imagen  distinta a su propia realidad de viejo obeso, engreído y deteriorado. Pero no, siguió ocurriendo con muchos de los fotografiados, por no decir que con todos; lo cual motivaba al  Fotógrafo a exclamar inmediatamente después de  la reacción de evidente desagrado, unas veces callado pero reflejado en la contracción de sus rostros  y otras expresado verbalmente, que sólo era un muestrario sin retoques, que luego ya procedería a arreglar las imperfecciones de la “lente”. Pensó Bernardina al unísono – de la lente del yo del interesado- Bueno, el caso fue que ella dio la razón al profesional de sus retoques pues así satisfacía las fantasías de cada cual, sus propias urgencias ególatras, su autoestima  y el fotógrafo seguía ganando sus buenos pesos y acrecentando su prestigio. Sin embargo Bernardina ya no quería seguir allí. Ahora  decidió  ir a uno de aquellos puestos en los que se  hacían retratos para documentos y las personas posaban según las exigencias de cada estamento. Sin retoques. Sin enmiendas de defectos físicos. Así, tal cual. Incluso mostrando orejas, frente, etc. Pasó allí varias semanas al cabo de las cuales también observó que las personas al recibir los trabajos reaccionaban de diversas formas, con risas, con descalificaciones o justificaciones,  con resguardo en mostrar las fotos a sus acompañantes e incluso llegando a esconderlas rápidamente. De tal manera que Bernardina ratificaba el esbozo de teoría que había iniciado en su anterior experiencia llegando a una conclusión certera: cada cual tiene de sí mismo una representación mental que no se ajusta a la realidad objetiva. Esto motivó el que emprendiera su tarea de fotógrafa en otros ámbitos.  

 Un condiscípulo de su finado padre era el propietario del  periódico más importante de su ciudad. Acudió allí con cámara propia en mano, muy fina por cierto, propiedad de la familia en otrora época adinerada. Fue recibida con beneplácito por el prestigioso director del periódico, dueño y gerente, quien de inmediato la contrató para cubrir una vacante que requería  inmediato protagonismo. Bernardina se sintió abrumada por tan expedito procedimiento y sin ambages asumió de inmediato su nuevo empleo que consistía en registrar actos de la llamada página social. Asistía a cocteles de la farándula de la ciudad, conciertos, fiestas patrias de las diferentes embajadas, inauguraciones de bancos, de centros comerciales, de clubes;  en fin a todos aquellos eventos que marcaban hitos de importancia en la ciudad y a los que las gentes de distintas esferas políticas, sociales, bursátiles, y artísticas eran muy aficionadas. Se lucía Bernardina con sus fotografías. Todos los días salían impresas a todo color en una página especial del periódico y ella recibía buenos comentarios de su Jefe. Nunca se enteraba de la reacción de los fotografiados, suponía que para ellos el sólo hecho de aparecer en la página social, ya era factor de prestigio, de alegría, de un aire de figuración según algunos comentarios; lo que daba buen piso a las ejecutorias de cada cual que allí resplandecía de alegría. Pasados algunos meses se encontraba nuestra fotógrafa como vacía; tan baladí era su oficio. Qué liviandad. Qué vacuidad, se repetía en las noches al llegar a su hogar. La nostalgia invadió su ser  ¿Esto era todo? Así que presentó su renuncia, muy en contra de la opinión de su madre, ya que los ingresos eran bastante buenos y aunque ella era consciente de que eran indispensables para sufragar todos los requerimientos en su hogar, no resistía el vacío interior que su trabajo le producía. Tanta vanidad, se volvió a repetir. En aquel medio todos asistían con sus mejores galas, derrochaban sonrisas, se acicalaban para las tomas, se notaba en algunos que de antemano tenían estudiados sus mejores ángulos, se enderezaban los jorobados, se ponían de perfil las damas obesas, algunos evitaban esbozar sonrisas a fuerza de esconder sus arrugas y todos sin excepción “posaban” sin permitirle a ella tomar ángulos imprevistos, naturales, espontáneos, ya que cuando la veían lista a disparar el flash de inmediato  se alineaban  en grupos con ésas sus sonrisas estudiadas y su júbilo postizo.

 El director del periódico, quien conocía la situación de la familia, y tenía en alta estima el talento de la joven, le ofreció  otras opciones  explicándole que en ellas se requería que viajara constantemente e incluso que en muchos casos correría ciertos riesgos y peligros. ¡La propuso como reportera  gráfica cubriendo catástrofes! Esto agradó a Bernardina quien era persona versátil, abierta a retos y el contacto con la realidad del país ejercía sobre su ánimo especial atractivo. Su madre no estuvo de acuerdo, encontraba en su hija un espíritu a veces  contradictorio e insatisfecho siempre; pero la dejaba  en completa libertad para sus desempeños. Se repetía a sí misma que ya tenía edad suficiente para ello. Reconocía en su manera de ser algo del temperamento de su padre;  autocríticos, incisivos, escrutadores, ávidos de conocimientos. A la larga confiaba en  su criterio y en su recia personalidad. Bernardina estuvo encantada en su acción. Retrataba a las personas en calamidades extremas. Inundaciones, incendios, deslizamientos de tierra, sequías, caída de puentes, accidentes de tránsito, naufragios; en fin, registraba su lente los dramas humanos y el hecho de retratar a los desventurados que caían en desgracia parecía darle valía a su desempeño: La señora ensangrentada que era salvada del abismo donde se había rodado el bus público. La familia de indigentes cuya choza había sido anegada por la creciente del rio, pobres, harapientos con sus rostros marcados por la fatalidad. El niño quemado sacado por la ventana de la fábrica en llamas, quien no soltaba a su perrito chamuscado, gritando, llorando no por su dolor físico sino por ese inconsolable dolor moral que le producía ver a su mascota en tal estado. El padre de familia abrazado a su hija muerta, atropellada por el camión. El anciano a quien un automóvil de alta envergadura había irrumpido en su humilde vivienda tumbando la pared e invadiendo su propia habitación. En fin ella era la fotógrafa de la desgracia, del sufrimiento  humano. Viajaba presurosa a lugares en donde ocurrían estos fatídicos hechos cámara en mano y capturaba con su lente certero todo el sufrimiento, todos los rostros de la desventura. En este transcurrir, inserta en las tragedias,  una y otra vez caía en reflexiones que  laceraban su sensibilidad.

 Esto no es ético, se respondió un buen día. Es abusar del otro en su dolor, llegando incluso a utilizar  la miseria como objeto de  morbosa exhibición. La tragedia humana como espectáculo, pensó. Estaba en un pueblo en el que,  a raíz de un deslizamiento de tierras en la montaña por lluvias torrentosas, todo un populoso barrio había sido arrasado. Ella había acudido veloz con su cámara en mano y al retratar a una mujer semidesnuda cubierta de barro, entró en shock y se avergonzó de sí misma y se sintió más miserable que la mujer objeto de su lente fotográfica. Se sintió cubierta por el lodo del repudio a su oficio y se despreció a sí misma. Hasta ahí llegó su ejercicio de fotógrafa reportera gráfica de desgracias. Esto no era lo suyo, se repitió de nuevo. Qué vergüenza experimentaba en su interior. Asco sintió de sí misma. Desde el otro ángulo, sus fotografías tenían un gran impacto en el periódico. Eran exaltadas en las publicaciones y muy alabadas. Muy sobresaliente labor está realizando esta joven fotógrafa, pensaban todos. ¡Qué gran trabajo! principiaron a decir.  En los corrillos de periodistas su nombre era respetado y tenido en alta estima. Vanidad de vanidades, se volvió a repetir ella. Qué asco. No salía de su asombro.  Era la autora de todo ese registro gráfico de dolor, calamidad y muerte. Horror. Sus sentimientos se desarrollaban completamente  contrapuestos al  ámbito externo en el que cautivaba al público su trabajo, al punto de obtener premios internacionales de  los cuales ella de ningún modo gozaba; incluso, los repudiaba.  Estaba sumida en ese marasmo de noticias y de emociones internas. En ese torbellino de insucesos del país y de su alma atormentada; en ese estallido de acontecimientos del mundo externo que reverberaban y estrujaban su sombrío mundo interior. Era un  rodar vertiginoso de hechos dolorosos tanto afuera en el ambiente, como dentro de su ser, en sus esferas afectivas. Se sentía atrapada  en  ese torbellino de la vida de la ciudad, del país, de la sociedad y ante todo, asfixiada en un oscuro laberinto de sentimientos contradictorios de claudicación, culpa y desesperanza. Estaba del todo confundida y angustiada, sin rumbo profesional.

 El propietario del periódico sabía del acontecer emocional de la muchacha, seguía el curso de su exitoso trabajo con orgullo por su talento y afecto también, dada la estrecha amistad con su padre en el pasado, Jurista de renombre e intelectual connotado. Pensó que Bernardina requería un sitio de trabajo que le proporcionara alguna tranquilidad y descanso  y la envió a la Sierra Nevada, pues allí se estaba gestando  un delicado conflicto a raíz de la explotación minera por parte de una compañía extranjera y los raizales aborígenes de la región, quienes se habían alzado en protesta defendiendo “la madre tierra”. De inmediato tan noble causa animó a Bernardina y la misión tan atractiva a desplegar motivó de nuevo en ella la posibilidad de poner en primer plano razones tan de peso por parte de los indígenas, lo cual daba honda valía a su actividad fotográfica. Ella alguna vez  había pensado estudiar Antropología.  ¿Sería éste su destino?  La acomodaron en una maloca abrigada por la naturaleza casi virgen, del todo exuberante y pródiga en efluvios vivificantes. El silencio reinante brindó a su espíritu un espacio desconocido de serenidad. Aquella noche, concitando los recuerdos de la infancia feliz,  exaltados por  el croar de las ranas y los  misteriosos y cálidos murmullos  de  bosques y quebradas que entonaban  melodías inmemoriales;  al ritmo acompasado del vaivén de su hamaca, completamente acunada en la placidez y suspendida en el aire, viajó por luminosos espacios casi sobrenaturales  luego de haber sido invitada a participar en el ritual sagrado  de la comida, todos sentados en el suelo alrededor del gran fogón, iluminados por una enorme luna, en cálida participación de grupo y en total  sintonía con aquella armónica naturaleza. Al despertar muy de mañana no encontró al grupo organizado en protesta, se habían ido a la capital a presentar al presidente del país su arenga de razones respaldadas por el conocimiento de la tierra en su permanente comunión con ella, en la que el peligro y la agresión conllevaban destrucción y muerte al comprometer la salud de los ríos que las potencias extranjeras venían a contaminar e  incluso a desviar de sus cauces. Bernardina no se  impacientó, pensó que su reportaje gráfico lo iba a canalizar en las fotos de los ríos, las montañas y los puntos álgidos que defendían los indígenas y eran atracción de las potencias mineras. Encontró a las mujeres tan hermosas en medio del verdor del paisaje  con sus pies descalzos en contacto directo con  la tierra y a los niños tan alegres y seguros confundidos con el rumor del  viento que,  de inmediato sacó su cámara para retratarlos pero, cuál  sería su sorpresa cuando se negaron a ello. Es más, mostraron desconcierto y hasta estupor, las mujeres se taparon sus rostros, los ancianos levantaron sus bordones  y los niños salieron corriendo para evitar ser enfocados por su lente. ¡Jamás había sido rechazada! Ella, quien tenía la firme convicción de que a todo ser humano le encantaba que lo fotografiaran, se vio de pronto ante una realidad totalmente ajena a sus parámetros mentales. No volvió a sacar su cámara ante ellos. Solamente quería observar. Departir,  integrarse a su vida tan natural, tan libre y sosegada,  ceñida al respeto por su entorno,  en donde ancianos, mujeres y niños  se mostraban dulces y amigables al unísono con el canto de las fuentes y el trino  de las aves   en perfecta compenetración  con aquellos idílicos parajes.

 Pasó varios días inmensamente plácidos con baño incorporado en aquel rio amenazado,  aún  transparente y saludable. Sin embargo, al cabo de la semana, la asaltaron de nuevo sus cuestionamientos: ¿Por qué éstos aborígenes rechazaban las fotografías?  ¿Qué pasaba con el concepto que  podrían tener de verse retratados que los llevaba a tal repudio, tan sorpresivo y distinto a la fruición y  al apego  que tenemos en nuestros grupos  citadinos en el que se ejerce la fotografía  como cosa cotidiana alimentando en forma altamente placentera la vanidad, la autoestima, la alegría misma del existir? ¿Era cuestión religiosa? ¿Filosófica? ¿Sociológica? ¿Intelectual? ¡O netamente psicológica!   Revisó una y otra vez hechos contundentes en los que veía a  los humanos en general,  muy aficionados a ser fotografiados; a deleitarse en la contemplación de álbumes antiguos. A revisar con gran fruición,  una y otra vez,  registros en los que aparecían ellos mismos u otros  seres, especialmente  familiares y amigos. Todas las personas mostraban sus fotos. Las de sus hijos. Sus  mascotas. Sus fincas. Sus fiestas. Y qué decir de los enamorados; capítulo aparte, pensó la joven muchacha quien guardaba celosamente la foto de su primer amor colegial. El retrato del amado. ¡Oh maravilla sin par! Hasta besos se le da a esa imagen, se dijo a sí misma presa de sentimientos de jocosa picardía;   o agresiones se le causa, dependiendo de los acontecimientos. Se rompen o se queman las fotos del amado cuando se cancela con rabia, dolor y frustración  la relación. Se sienten celos del retrato de algún amor ya inexistente que el marido conserva aún. Recordó en ése momento lo relatado por  su madre quien hubo de romper las fotos de todos sus novios de juventud al casarse,  lo cual la llevó a  concluir: - Con la posesión de las fotografías se crean otras realidades: mundos paralelos que nos permiten vivir dimensiones emocionales jamás soñadas.  No importa la lejanía geográfica, la foto acorta las distancias; no importa la muerte, la foto arrebata la marca horrenda de la no existencia. ¡La foto crea presencias!  se dijo a sí misma ya en voz alta,  algo exaltada : -las fotografías desdibujan   la  línea divisoria entre la fantasía y la realidad haciendo de nosotros  seres alucinados que experimentamos un secreto y mágico encanto ante la imagen y  abrigamos  certezas simbólicas, con existencias delusorias, pero que nos brindan seguridad, devoción, respeto ceremonial.   - Ahí están los antepasados, los ancestros, la raíz misma de las generaciones. En el universo fotográfico esta capturada nuestra vida. ¡Es  un acto de posesión y orgullo!

  Encontró Bernardina en sus cavilaciones,  que  existe  todo un riquísimo espacio, innovador  y de fantásticos adelantos con respecto a la fotografía. Casi que un culto a ello equipado con los más diversos medios y sofisticados aparatos que cada vez se perfilan como los abanderados de los adelantos tecnológicos.  Ya hasta existen las llamadas selfies, pensó Bernardina, en las que no se requiere del otro  para captar la propia imagen.  Se hace en solitario, se auto retratan las personas para  así poder enviar a los relacionados sus imágenes. Permanentemente se están intercambiando fotografías. La gente en el mundo moderno se comunica exultante y orgulloso por medio de fotos. Muestran las gentes  su diario acontecer. Exhiben, a veces hasta sin pudor alguno su cotidianidad. Todo un universo de posibilidades hasta llegar a lo denigrante y obsceno, a lo sórdido y procaz. Incluso encontró la muchacha en su estudio acucioso  acerca de la Fotografía, cómo la más vulgar y deleznable práctica de la pornografía utiliza este campo visual. ¿Qué hay detrás de todo ello?  Bernardina  regresó a su ciudad con la mente en permanente asombro, luego de esa   experiencia plena de luminosidad  en medio de los bosques y los ríos, el silencio y la paz.

 Ahora está empeñada en investigar las razones últimas de la fotografía. A veces a ella misma también se le corren los límites entre lo real y lo captado por la lente fotográfica y experimenta ciertos sentimientos de fantasía, de desdoblamiento, de extrañeza, de fatalidad. ¿En donde principia lo uno y termina lo otro?

Pasa muchas horas pensando … analizando….cuestionándose. Se ha tornado algo excéntrica y distante. Indaga sin cesar acerca de las razones intrínsecas que acompañan este ritual tan arraigado en el existir del ser humano, capaz de registrar el mismo paso del tiempo en las diferentes etapas de la vida con los cambios físicos que este proceso, a veces dolorosamente, conlleva.  Incluso   viaja con frecuencia  a distintas comunidades y  realiza  entrevistas y reportajes, en los que en casos aislados ha sido informada de actos rituales de magia negra utilizando la foto de quien se quiere perjudicar o ensalzar; atraer o subyugar y, ha asistido a algunos sitios especializados para tales fines,  en donde ha visto  acudir a más personas de lo que imaginaba, seres enceguecidas por el odio unos, y otros animados por violentos sentimientos pasionales,  por lo que no escatiman dineros pagados a personajes oscuros que realizan sus secretos actos ceremoniales, convencidos  algunos de su poder,  y, los más, perpetrando vil asalto a la ignorancia y a las urgencias emocionales de sus “clientes” con engaños e intromisión en sus intimidades, sugestionándolos y abusando grotescamente de su debilidad.

También  está dedicada a contraponer el rechazo al gusto ante el acto fotográfico, pues ha encontrado personas con deformidades en su rostro y afrentas horribles en sus pieles que evitan  verse en retratos pues así pueden soslayar sus crueles estados.  De igual modo, como lo vivió,  en diversas tribus indígenas ha encontrado reticencia ante la cámara. Desconocimiento. Aprensión.  ¿Miedo a que roben su alma? ¿Hasta allí llega la fotografía? ¿Al alma misma?

A Bernardina por lo pronto le ha robado la tranquilidad. Se halla deambulando de aquí para allá sin descanso ni sosiego. Cámara en mano  Ojos escrutadores.  Alma en vilo y mente alerta. FIN

 

 RUTILANTE

MARZO 6 DEL 2018

 

-7-

 La Bruja Mapi

En una ciudad de clima cálido, colmada de cámbulos y gualandayes, en una casa campesina como tantas, con techo de paja, grandes ventanales en madera, una amplia  cocina y una sala comedor modesta de muebles tradicionales, de muy buen gusto y sobre todo con gran calor de hogar, vivía una familia que todos los días a la hora de la cena, se reunía a compartir temas diversos, especialmente los acontecimientos que tenían que ver con el progreso de su país.

La mesa presidida por el padre, un señor canoso, apuesto y bien informado. Su esposa, una matrona igualmente mayor, de pelo casi blanco y un poco mal geniada. Sus dos hijos, estudiantes interesados en el futuro de su familia y el futuro de la sociedad.

Ya en la mesa, siempre bien servida con viandas típicas de la región, cada integrante de la familia proponía un tema, así todos tenían la oportunidad de debatir algo de su interés. Un día hablaban de política, otro de la situación económica, otro del medio ambiente, otro del momento que vivían en diferentes países pobres del mundo, otro día estudiaban la biografía de uno de los tantos personajes que han escrito la historia universal.

 

Un día, el niño propuso un tema que a todos en la mesa dejó sorprendidos: “Yo quiero que hoy hablemos de las brujas”.  ¿De las brujas?, esas no existen, dijo el viejo. La mamá, propuso que se permitiera hablar de las leyendas que sobre ese tema se conocían. Cada uno contó lo que había escuchado sobre el tema. Beatriz Helena tomó la palabra para decir  que le había escuchado al abuelo en una ocasión referir la historia  de una bruja que, en su pueblo natal , una noche de tormenta había llegado a su casa a la media noche ,al tejado de zinc  y con sus largas uñas rastrillaba el tejado haciéndolo sonar de manera escalofriante ..hacia  sonar las palmas de sus manos sobre su pecho soltando sonoras carcajadas, lo que convertía la escena en algo muy miedoso, como de película de terror. La abuela, que tenía experiencia en ese tema le gritó: “mañana vení por sal”. Nadie entendió el mensaje. Nadie entendió por qué Isabel decía aquella frase hasta cuando el día siguiente, en las horas de la tarde llegó una vecina de casa llamada Luz a visitarlos y en medio de las onces que le ofrecieron en un momento dijo: “Isabel me regalas un poco de sal?”. Ahí quedó establecido que ella era la bruja que el día anterior había ido y había protagonizado el espectáculo tenebroso en el techo de la casa. A las brujas se les pide que vayan por sal y no pueden sustraerse a ese pedido y así le descubren las identidades.

 Todos estaban asombrados con la historia y nadie podía continuar la cena sin dejar de preguntar detalles. Andrés Felipe pidió la palabra y dijo: “…yo sé de una bruja, pero esa no es una bruja mala, es una bruja buena”. ¿Acaso el término bruja no es para determinar a alguien feo, con la nariz larga, con un gorro puntudo y montada en una escoba? Preguntó la mamá.  Noo, también se usa para referirse con algo de gracia a alguien querido y cercano…es una palabra bonita según el contexto en el que se pronuncie. No todas las brujas son feas y malas… esta es una señora grande, que se ha interesado por el bienestar de su familia, por el bienestar de sus amigos, ha trabajado por la cultura de su departamento y es alguien muy querida por el pueblo. Ha trabajado por su gente y siempre está dispuesta a prestarle lo mejor de ella a quien lo necesite, además de ser un gran miembro de familia. Es amiga de sus amigos y no tiene enemigos.

¿Pero eso que tiene que ver con el tema que estamos tratando hoy en la mesa? interrogó al padre. Mucho dijo Andrés Felipe, en el mundo siempre hay gente mala pero también gente buena. En mi caso, yo quería contarles que hay una bruja buena a la que todos queremos y a quien se le conoce como la bruja Mapi. Me quedo con las brujas buenas, hay muchas y ésta que yo conozco es una de ellas: de las brujas buenas.

Todos aplaudieron a Andrés Felipe y se fueron felices a dormir pensando más en la gente buena que hace el bien y no en las malas que intentan hacer el mal.

Gran enseñanza, susurró el viejo antes de dormir.

 

Este cuento se ha acabado!

Álvaro Pava Camelo

 

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 Hadas Madrinas

Jorge Eliécer Pardo

 

Cuando salía Campanita con su varita mágica, en la televisión en blanco y negro, creía con devoción en las hadas. En los mundos de ensoñación. La primera hada me llevó por sitios inimaginables, con su voz dulce y sus canciones. Se llama el hada Inés, y es mi madre. ¡Tantos viajes hicimos con mis hermanos en sus relatos inventados, o los otros, extraídos de Las mil y una noches, Pierrot, Verne o Andersen.

Mi segunda hada fue mi tía Sofía, hermana de mi madre, que salía por la televisión; la veía cuando vivíamos en un pueblo sembrado en un nudo de la cordillera central de Colombia, escribía obras de teatro infantil donde me hizo personaje.

Las hadas vivieron conmigo mientras me hice escritor. Así, siendo mozalbete, en Ibagué, conocí a un hada reina que abrió las puertas de su casa donde habitaba el canto de las aves, que llegaban mientras leíamos nuestros primeros cuentos y hacíamos discusiones para mejorarlos, entretanto las chicharras se reventaban en los samanes de la Plaza de Bolívar y los jóvenes, al lado del hada reina, libábamos y comíamos en su castillo, navegando en el mar de los ojos de la anfitriona.

Se llama María del Pilar Gutiérrez, pero su nombre de hada reina siempre fue Mapy, la de los ojos de mar. Alrededor de ella, los nuevos escritores hambrientos de poesía, música, y deseosos de viajes y aventuras. La de los ojos de mar pintaba al óleo, moldeaba y escribía y, sobre todo, amaba la literatura y el arte, y nosotros nos sentíamos artistas a su lado.

Ahora vive a la orilla del Mediterráneo, en la lejana España. Allí navega y camina por las hermosas pinturas del maestro Galiá, su inmortal compañero. La he visitado en su masía y, como en su fortaleza de Colombia, he vuelto a sentir ese cariño que no dejamos de recordar siempre.

El mar sigue golpeando el arrecife y todos seremos nubes.

 

Bogotá, abril 20 de 2021

 

 

-9-

Mapy llegó de pronto a nuestras vidas una tarde alegre de verano cuando mi padre me la presentó. La percibí como a una luminosa estrella de cine que además de ojos hechiceros cargaba una sonrisa poblada de alegría y de ternura. Conversamos largo  en el almacén y supe que ahí, sin dudarlo, encontraba una amiga que espantaba las sombras. Desde aquellas horas remotas que ahora invoco cuando lleva ella tantos años residenciada en España, veo que se convirtió  de ahí en adelante en una luz grata para nuestros ojos y una compañía feliz para nuestras almas. Se trata de un maravilloso ser vestido de ternura, humor, belleza y solidaridad, virtudes que casi nunca aparecen en la misma persona, como si al mismo tiempo encarnara un arco iris. Ella era como un milagro. La vimos arriba en el trono de sus altos cargos o en el abismo de las limitaciones, pero nunca cambió y lo único que odiaba, lo ha dicho siempre, era que le quitaran la risa. Hoy sigue ahí, intacta a pesar de los años, bella siempre, de ojos y mirada inigualable, al tiempo que permanece erguida frente a sus sueños y podríamos en su compañía excelente ver desfilar sus cuentos e investigaciones, recuerdos y amores, aventuras y luchas, canciones y paisajes, historias y leyendas, pinturas y libros. Simplemente la amamos porque ha sabido abrir un cupo especial en el corazón y quisiéramos pasar muchos años al lado suyo compartiendo lo bello de la vida.

Carlos Orlando Pardo
 
-10-

Nohora Dias

 MUJER DE LOS OJOS DE CRISTAL 

Tolimense de la tierras llanas 

y de los montes sin labrar, 

la transparencia juega en tus ojos 

mujer de los ojos de cristal, 

la luz baila en tu rostro 

como niños que aprenden a jugar. 

Tolimense de las tierras llanas 

y de los montes sin labrar, 

sonreíste desde el tierno vientre, 

cantando antes que caminar. 

Espíritu, dulce espíritu 

como la panela y la libertad, 

mujer de los amores duros 

a pesar , muy a pesar. 

Llanto profundo en donde tejes 

la victoria de tus ojos de cristal. 

En tu mano se fundió el poeta, 

el cantor, el pintor y el juglar, 

pionera de los cantares, 

SEÑORA MARIA DEL PILAR ! 


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 CUENTO MUY CORTO DE MI MADRE 

La vida fue muy injusta con mi madre, era buena y era santa y tú desde la cuna hasta su muerte la llenaste de alegría y esperanza. 

Su muerte no fue una muerte, fue una ascensión hacia las cumbres sagradas. 

Murió en la paz de la gente buena y ya en los susurros de esa madrugada, nos 

dijo muy lentico…… siempre rienase como MAPY … a la que no la vence nada. 



 

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 SEÑORA DEL RIO GRANDE 

De tu vena vital Tolima 

Nació Maria del Pilar 

Con la piel de manzana criolla 

Y sus ojos de cristal. 

De tu vena vital Tolima 

Ella aprendió a cantar 

Como garzas de plumas blancas 

Como los grillos del solar. 

De tu vena vital Tolima 

Ella aprendió a pintar, 

Soles, sombrereras y tinajas 

y botones de cámbulos a punto de estallar. 

De tu vena vital Tolima 

Su mente aprendió a volar 

liberando al pijao guerrero 

Que no se dejo dominar. 

El agua del rio Grande 

Es la vida , la vena vital 

La cuna de la eterna amiga. 

SEÑORA MARIA DEL PILAR ! 


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La niña dejo de serlo pero su alma continuó sintiéndose

 un alma de niña. La joven se convirtió en princesa.

 rodeada de organdí y plata, plena de sueños e ilusiones

 rosas. Los delicados pies aun conservan su huella y forma

 pero están cansados de caminar. Las manos blancas

 pequeñas aman la delicadeza de la flor, pero hoy solo

 tocan la dureza. Los ojos soñadores encierran cierta

 ingenuidad, y un tanto de temor. La mente sigue siendo la

 de un púber que cree tener el mundo en sus manos y cae

 y cae pero siempre sueña y sueña. Y por sus sueños vive

 y cree en el mundo, cree en la gente y ama la risa. Pero

 su corazón esta triste: ama tanto que de tanto amor, esta

 vacio. Extiende sus manitos como el niño que empieza a

 descubrir el mundo buscando que las suyas encuentre

 otras manos, no hay organdí, ni plata y los sueños so

 efímeros; pero su alma es grande, noble, bella. Profunda,

 y por todo lo que es, la amo más. La princesa esta triste

 /.Qué tendrá la princesa?


Zandra del Pilar Rocha Gutiérrez




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ALFA  CENTAURI    Por Carlos Martínez Silva.         

               Para Mapi,  en su cumpleaños

Tomados  de la mano salimos al jardín a contemplar la noche estrellada. Compartimos la fascinación  del firmamento y centramos la atención en Alfa Centauri.  Poco  sabíamos de  astros o de cosmos, pero alguien nos había dicho que ésta, la más brillante, la más cercana a nuestro sol , se llamaba Alfa de la Constelación  del Centauro. Pronto llegó el momento  indicado para decirle : En tus ojos asoma el brillo  de  la estrella. En  respuesta   recibí el regalo intenso de su  mirada . Entonces, con la inocencia natural de dos adolescentes, confesamos un amor que sería infinito, como el cielo que estábamos mirando.

Esa noche del 21 de junio, inicio del solsticio de verano , prometimos que cada año en la misma fecha  cumplidamente  renovaríamos este rito y pacto secreto por el resto de nuestras vidas : Buscar en el firmamento el fulgor  de una estrella que estaba  a una distancia de más de cuatro  millones de años luz , convertida  para siempre en nuestra confidente.

Conocí a María Helena  cuando recién cumplía sus dieciséis años, en una casa de recreo   familiar   ubicada en un recodo  del río Gualanday, a la sombra de caracolíes, arrayanes y encenillos .  Entre las piedras labradas por el viento y la corriente, pintadas con  vetas milenarias de granito y de basalto,   saltaba un torrente de   aguas claras,   rompiendo  el silencio  de  la noche   con un suave sonido musical,  que hacía recordar  las fuentes   del palacio de la Alhambra.

 Era morena , esbelta, bonita, de cabellos negros trenzados con simetría sobre sus hombros. De ojos oscuros como el ocaso y sonrisa luminosa como la aurora , transmitía una triste sensación de dulzura que contrastaba con  la energía y la impaciencia que  acosaban mi espíritu.  Construimos un romance  que nos dió esa felicidad que jamás volveríamos a sentir, convencidos de haber descifrado el misterio del amor, sin advertir que el tiempo en su viaje  sin retorno haría  imposible el rescate de  lo ya perdido. Aprendimos de memoria los poemas que evocaban nuestro ensueño : “ una noche toda llena de murmullos de perfumes y de música de alas “…. de Silva; “ la noche está estrellada y tiritan azules los astros a lo lejos”…, de Neruda; “tu  me miras a veces con esa misma calma con que miran los lagos a una noche estrellada , la miran hasta el alba y no le dicen nada”…  de Castro Saavedra, mientras   escuchamos los Nocturnos de Chopin, sus preferidos.

Mis viajes de estudio a Francia, interrumpieron el idilio. A mi tardío regreso, ya María Helena no estaba en Bogotá. Me dijeron en su casa que estaba haciendo una Maestría de música en el Conservatorio Real de Bruselas. Sin  resignarme a perderla, decidí  obtener pronto los recursos necesarios  para ir a buscarla. Pasamos dos años escribiendo   cartas de amor con   entusiasmo e  ilusión . Sin embargo,  llegado el momento  tan esperado, cuando fui a avisar a doña Lucía, su madre, que me disponía a viajar, me dijo con algo de tristeza : No lo haga, ya es muy tarde, ella se casó con  su profesor de violoncello.  El tiempo, la distancia, la soledad y tal vez la indecisión de mi parte,  la llevaron a un destino diferente, distante, del cual yo quizás ya no participaría jamás.

Fiel a mi promesa  en  las noches de verano  miré  por mi ventana para propiciar el  encuentro con la Estrella y el recuerdo de su imagen. Ignoraba si María Helena también lo habría hecho alguna vez, hasta cuando recibí la explicación en una  carta no esperada:  En la ciudad donde Ella vivía los cielos nocturnos no tenían la transparencia requerida  para hacerlo.  Anunciaba además su viaje de regreso, con  la intención de llegar conmigo hasta aquella casa  del Río Gualanday en el último intento de admirar a Alfa Centauri.

Nuestro encuentro en el aeropuerto de El Dorado fue feliz y nos reconocimos con ternura. El paso del tiempo , las penas soportadas  , las tantas soledades y la falta del afecto  familiar le  habían dejado huellas  indelebles . Sin embargo el rostro de María Helena seguía  siendo bello. El gris de sus cabellos , sus pausados ademanes y  la  débil entonación de las palabras no quitaron   el encanto a su figura, ni tampoco a su mirada o su sonrisa .     Después de un  emotivo abrazo, acordamos viajar al otro día, con el  tiempo justo para llegar a la hora más propicia de la noche a cumplir nuestra cita con Alfa Centauri.

Llegamos oportunamente al lugar de destino, pero la sorpresa de no encontrar allí la casa nos produjo una inmensa decepción. En su lugar había ahora  un enorme monolito de piedra y de cemento, algo así como un edificio de muchos  pisos de altura, sin luces, sin puertas ni  ventanas, construido para servir de apoyo a  un viaducto de gran longitud. Contaron los vecinos que los dueños  en vano  se resistieron a perder su casa, el derecho al goce de las aguas del río, de su  murmullo nocturnal , la brisa que baja de la montaña, el canto de grillos y de pájaros,  los destellos de las luciérnagas.   Les pagaron solamente por la superficie que soportaba su casa. No por las entrañas que excavaron para rellenar con rocas extraídas  a la fuerza de los cerros aledaños, ni por el aire o el espacio superior. Ni mucho menos por el privilegio de estar cubierta por el éter infinito.

Tomados  de la mano, evocando aquel lejano primer encuentro,   decidimos rodear la base del  pilar con el propósito  de obtener el ángulo visual que nos permitiera mirar hacia el Sur por el filo oblicuo de los cerros. Solamente pudimos observar  una  mancha oscura  que ocultaba completamente la Constelación del Centauro, como si un gran pincel hubiera hecho un desafortunado trazo con el fin de impedir la visión de nuestra  Estrella.

No quedaron  palabras para decir, explicaciones por  pedir ni forma alguna de evadir  al indeseado intruso. Con  nostalgia y unas lágrimas que rodaron fácilmente por nuestras mejillas, triste y  resignada   María Helena  sacó de su bolso  un crayón que sirvió  para   dibujar  en un costado  esta frase que nadie mas podría comprender : “ A pesar de no poderte ver, Alfa Centauri, sabemos que estás  allí , hemos descifrado tus mensajes remitidos en ondas de luz a través  del espacio  sideral hasta llegar a este distante rincón del Planeta Tierra, albergue  de un romance sin final . En respuesta  te enviamos un recuerdo de amor eternamente agradecido, con la ilusión de que lo recibas antes de que desaparezcas para siempre”.  De regreso a la ciudad recibimos la noticia : Alerta, descubren una profunda e inexplicable falla geológica  que genera  grave  y fatal riesgo   de destrucción   del viaducto de Gualanday, Tolima ….

 

 



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